c a p í t u l o d i e c i s é i s

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En menos de una semana Pablo Escobar anunció entre sus allegados que La Catedral iba a tener una fiesta de inauguración.

Steve tenía todos los artefactos que debían ingresar listos, y Javier había hablado con el coronel Carrillo y sus hombres para rodear la cárcel desde la distancia y entrar apenas escucharan a Escobar dirigiendo la distribución de drogas desde el teléfono.

Llegó el día, y los agentes de la DEA habían interceptado a Pedro Maldonado cuando este se dirigía al prostíbulo. No fue difícil alejarlo del auto para esposarlo y llevarlo a comisaría. Allí se encargarían de ingresarlo en el programa de protección de testigos, además de darle dinero y pasaportes para comenzar una nueva vida en Estados Unidos.

Mientras tanto, el agente rubio instalaba un botón debajo del volante. Este tomaría las fotografías en la parte trasera del camión.

Janie estaba allí, junto con Santiago. Él tenía cara de pocos amigos. No quería hacerlo. Había dejado esa vida atrás, pero la chica era su mejor amiga, y nunca la dejaría sola siempre que lo necesitara.

Le había prometido eso a alguien importante una vez.

Un chico le instalaba un micrófono al hombre por debajo de su camisa de color negro. Tomó solo un par de minutos. Este se alejó para comprobar que funcionara a distancia. Janie se dio cuenta que aún el micrófono no estaba encendido.

—Cómo en los viejos tiempos, ¿verdad?— dijo la chica, intentando que su amigo se relajara—. ¿No es emocionante?

Santiago dedicó una mirada asesina a Janie por unos segundos, pero luego suspiró, rindiéndose ante la sonrisa de su amiga.

—Un poco, no te mentiré. De todas formas, solo lo hago para protegerte.

—No necesito que me protejan.

—Lo sé, pero aún así quiero hacerlo— cogió a la chica por el cuello con un movimiento rápido y raspó la parte de arriba de su cabeza con los nudillos, haciendo que ella diera quejidos de dolor entre risas.

—Vamos a estar bien— dijo una vez que el hombre dejó de molestarla sin retirar su brazo. Janie colocó su cabeza apoyada en el hombro de él—. Somos los suertudos que salen ilesos— susurró.

Al oír esto último, Santiago sintió un vacío en su estómago. Tragó saliva, y carraspeó.

—No pensemos en eso, ¿de acuerdo?— expresó con voz serena antes de besar delicadamente la frente de su amiga y acariciar su hombro—. Tenemos que estar concentrados.

Janie miraba hacia abajo, y vislumbró cómo una pequeña y casi inexistente luz roja salía del pecho del hombre, dando a entender que el artefacto estaba encendido. Ella levantó la cabeza, y le hizo señas de que guardara silencio, apuntando hacia el micrófono con el dedo. Su amigo asintió, y giró el micrófono hacia sí para que la luz no se notara.

Permanecieron un momento en silencio, hasta que Steve y Javier se encontraron con ellos. El agente moreno miró hacia Santiago y a su brazo que rodeaba los hombros de Janie. Suspiró, irritado. ¿Qué no podía mantener sus manos alejadas de ella?

—Bien— Steve cortó el silencio—. Santiago, voy a mostrarte cómo tomar las fotografías desde el asiento del piloto. Acompáñame.

—Seguro— antes de irse, miró a la chica, y esta le sonrió a boca cerrada.

Una vez se quedaron Javier y Janie solos, este la miró de abajo hacia arriba. Traía una camisa blanca con un nudo encima del ombligo, dejándolo al descubierto, una falda corta color rojo, y un saco holgado del mismo color.

—¿Es necesario que siempre esté tan cerca de ti?— dijo el agente en voz baja.

—Es mi mejor amigo— la chica se encogió de hombros—. Y lo quiero.

—Yo no soy así con mis amigos...

—Porque eres un amargado.

Janie no pudo contener una sonrisa, y el hombre sonrió sutilmente mientras negaba con la cabeza. Quería que los demás, incluida la chica, lo percibieran tranquilo. La realidad era que ya se había fumado dos cajas enteras de cigarrillos desde que se levantó temprano en la mañana.

Estaba muy nervioso.

—¿Tienes todo listo?— dijo Javier. La chica se limitó a asentir con mirada pensativa—. ¿Estás bien?

—Sí, es solo que... siento que estamos muy cerca de que todo esto termine.

El hombre se encogió de hombros, sin saber qué decir. No tenía cabida en su cabeza para pensar en otra cosa más que en la seguridad de Janie. Observó a su alrededor y, al darse cuenta que todos estaban lejos de ellos, se aproximó a la chica para besarla. Fue un beso prolongado en el que Janie tomó el rostro del agente.

—Ten cuidado— Javier habló en voz baja, haciendo que sus palabras acariciaran ligeramente los labios de la chica por la proximidad que tenían—. Si algo te pasa, yo...

—Estaré bien— Janie acarició los brazos del agente para tranquilizarlo—. Lo tengo bajo control.

El hombre sabía que la chica era habilidosa, pero muchas veces eso no era suficiente en las situaciones más arriesgadas.

—¡Ya es hora!— ambos escucharon decir a Steve luego de que golpeó la parte trasera del camión. Esa era la señal para indicar que todo estaba preparado.

Javier asintió hacia Janie, y ella lo imitó. Dio unos cuántos pasos, y se detuvo, girando para mirarla. Ya estaba por subirse al camión.

—¿Qué harás esta noche?

—No lo sé— la chica giró hacia él y lo observó con picardía—. Tal vez haga que me folle un agente de la DEA. ¿Crees que logre convencerlo?

El hombre río, haciendo que sus ojos desaparecieran debido a la amplia sonrisa. Era todo lo que la chica necesitaba para asegurarse que todo iba a estar bien. Caminó hacia ella.

—Podrías convencer a cualquiera de hacer lo que sea, Janie— la rodeó con su brazo, y apretó ligeramente su glúteo—. Pensar en ello me pone de malas— la miró directamente a los ojos, y acercó sus labios a los suyos para susurrar—, porque te quiero solo para mí.

La chica era consciente que no necesitaba pertenecerle a ningún hombre para ser alguien en la vida, porque ella había luchado desde que tiene uso de razón para valerse por sí misma. Odiaba a los hombres que controlaban a sus parejas.

Pero cuando Javier pronunciaba esas palabras, no podía evitar sentir que sus piernas cedían para arrodillarse frente a él y decirle que podía hacer de ella lo que quisiera porque, por más que haya querido negarlo, ella le pertenecía. Cada fibra de su ser, era suya.

No fue necesario que Janie dijera algo, porque su mirada le había dicho todo al hombre. Este sonrió, satisfecho, y unió sus labios con los suyos.

—Nos vemos esta noche— dijo la chica.

Él asintió, y la liberó de su agarre. Miró cómo se subía al camión, y uno de los hombres del coronel cerró la puerta. Javier suspiró, intentando liberar un poco de su ansiedad, sin éxito, y subió al auto de Steve. Este ya estaba en el asiento del piloto.

El agente quería pensar que todo estaba bien, pero no podía evitar sentir una sensación de que algo malo estaba por suceder. Janie entraría a la cárcel con Santiago que parecía cuidarla más que a sí mismo, y él junto a otros hombres estarían preparados para ingresar. Era casi imposible que pasara lo peor. ¿Acaso sus nervios le estaban haciendo una mala jugada? Esperaba que sí, y que no fuera una corazonada que termine haciéndose realidad...

Tomó un cigarrillo junto con un encendedor del bolsillo de su camisa. Lo encendió, y dio una calada.

Por otra parte, el rubio miraba de reojo a su compañero con temor. Sabía que si algo salía mal, Javier no dudaría en matarlo.

Burn With Me (Arderemos Juntos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora