c a p í t u l o v e i n t i s é i s

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Ya estaba por anochecer, y Janie no había despertado. Sin embargo, las enfermeras estaban atentas a ella y seguía estable. Eso era lo importante.

Javier había ido a la cafetería unas horas antes para comer y tomar algo. Cruzó miradas con Santiago por unos segundos pero no se dijeron nada. El amigo de Janie miraba la televisión de la sala de espera con brazos cruzados y piernas extendidas.

De nuevo en la habitación, el agente volvió a tomar asiento en el incómodo sofá individual color vinotinto junto a la cama. La chica tenía una intravenosa y una máquina del otro lado que indicaba el estado de sus latidos con un rítmico pitido. La habitación estaba iluminada por unos tenues rayos de sol naranjas que pasaban entre los pequeños espacios de las cortinas americanas.

Cogió la mano conectada a la intravenosa de Janie entre la suya, entrelazando sus dedos con los de ella. Acarició su mano con el pulgar. La echaba mucho de menos.

Necesitaba escucharla, incluso cuando discutían por tonterías o hacía algún chiste sobre él. Oírla lo hacía sentir completo, y le ayudaba a afrontar cada día. No sabía cómo se había mantenido tanto tiempo viviendo sin ella.

Suspiró, pensando que era muy probable que ya hoy no despertara y, sin soltar su mano, tomó el control remoto que estaba en el desayunador. Encendió la tele y bajó el volumen. Estaba puesto el canal de noticias, que mostraban imágenes del cuerpo sin vida de Pablo Escobar mientras relataban que, a pesar de que un agente de la DEA había disparado entre las cejas al hombre, le harían una autopsia, pues varios testigos habían indicado que el hombre escupía grandes cantidades de sangre antes de que lo mataran.

Sin darse cuenta, sus ojos se cerraron y cayó profundamente dormido. Horas después, sintió cómo le tocaban el hombro con cierta rudeza.

—Javier— dijo Janie, con tono somnoliento—. Acuéstate en la cama de visitas— el hombre soltó un quejido y movió el hombro para que la chica no pudiera alcanzarlo—. Te va a hacer mal a la espalda. Ya estás viejo.

—Jódete, Janie— el agente giró, dándole la espalda a la chica. Se mantuvo así por unos segundos, hasta que se percató donde estaba, y por qué estaba allí. Abrió sus ojos de repente—. ¡Janie!

Se incorporó rápidamente y tomó asiento en la cama. Acarició el rostro de Janie, y esta le sonreía con expresión apagada. Su ojo aún estaba hinchado.

—Hola para ti también— dijo la chica. Él se inclinó para besarla, manteniendo sus labios unidos. Inconscientemente, intentaba grabar en su memoria el sentir sus labios juntos con los de ella. Luego, se separó un poco y unió sus frentes.

—¿Cómo te sientes?— susurró.

—Un poco mareada, y no siento ninguna parte de mi cuerpo...— carraspeó—. Siento que estoy flotando. ¿Puedes darme agua?

Con torpeza, Javier se puso de pie y buscó la jarra que se había encargado de mantener llena de hielo todo este tiempo para cuando ella despertase. Cada vez que el hielo se derretía, él iba en busca de más. Sirvió un poco en el vaso de plástico que estaba junto a la jarra, y se lo acercó a la chica.

Ella intentó tomar el vaso con ambas manos, pero se le dificultaba debido a que sentía que todo lo que estaba a su vista se movía. Él acercó el vaso a sus labios y lo inclinó con cuidado para que pudiera beber.

—Joder, me siento una completa inútil— dijo la chica entre deprimidas risas cuando le indicó con un movimiento de manos al hombre que no quería tomar más agua—. Gracias.

—No digas eso de ti misma. Solo estás... un poco mal de salud, por el momento. ¿Ves por qué te protejo tanto?

—Tenía todo bajo control.

Burn With Me (Arderemos Juntos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora