c a p í t u l o t r e i n t a y o c h o

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Janie observaba a su alrededor el salón de fiesta lleno de personas. Debido al trabajo, no habían llegado a tiempo para la ceremonia. En el lugar solo podía escucharse música y personas hablando con un tono de voz alto para poder comunicarse entre sí.

Había estado a solas con hombres que habían torturado y asesinado a cientos de mujeres, pero la chica no se había sentido tan intimidada en esas situaciones como en esta. No podía evitar querer ser perfecta, y sabía que estaba muy lejos para lograr serlo.

Tragó saliva, y apretó el agarre de la mano de Javier cuando este caminó hacia un hombre robusto y estruendoso bigote que estaba sentado en una mesa. Cuando el hombre mayor lo vio, sonrió ampliamente y se puso de pie para abrazarlo.

—¡Javi!— el hombre dio unas palmadas a la espalda del agente—. Pensé que no vendrían...

—La verdad es que fue una decisión de último momento— Javier sonrió, manteniendo su brazo alrededor de los hombros del hombre—. ¿Cómo está todo, papá?

—Ya sabes— se encogió de hombros—. Esperando el día en el que te hagas cargo del negocio, hijo. Estoy cansado...

—Lo sé. Tal vez pronto te sorprenda— interrumpió el agente. Carraspeó. Nunca quiso hacerse cargo del comercio ganadero y agricultor de su padre porque siempre aspiró a la gran ciudad, y a detener a los criminales. Recordó estar sentado en el sofá con tan solo ocho años mientras su padre dormía junto a él. Miraba un programa de policías con su boca entre abierta y ojos brillosos, pensando que eso era lo que quería hacer de grande.

Lástima que nadie le dice a los niños que lo que vemos en la televisión no tiene nada que ver con la realidad.

Ahora que ya estaba por cumplir veinte años de profesión y había encontrado a Janie, todo era diferente. No le apasionaba el campo como su padre, pero sabía que allí tendría la paz que él y Janie necesitaban.

El agente hizo un movimiento rápido de cabeza para salir de su ensimismamiento, y se hizo un lado para que su padre pudiese estar frente a la chica.

—Papá, ella es Janie— la observó y le dedicó una sonrisa a boca cerrada. Le brindó su mano, y ella la tomó dando un paso al frente.

—Es un placer conocerlo, señor Peña— extendió la mano libre y el hombre mayor la tomó. Janie la sacudió un poco fuerte debido a los nervios. Sonreía exageradamente. Pudo notar que no era tan mayor. Podría tener alrededor de sesenta años. Nunca había conocido a otras personas mayores importantes después de Eva, la madre de Luciana. Tragó saliva al pensar en ellas—. Gracias por invitarme.

—Javier no mentía cuando me dijo por teléfono que eres muy hermosa— dijo en tono amable. La chica bajó la mirada para ocultar sus mejillas tornándose rojas—. Y por favor llámame Miguel. Vengan, les diré dónde pueden sentarse.

Caminaron entre las mesas mientras Javier saludaba a todos de forma rápida como si fuera una celebridad. Miguel tomó asiento en una de las mesas más cercanas a la pequeña pista de baile. El agente y Janie lo imitaron en las sillas libres.

—Janie— dijo el hombre mayor, y la chica giró a observarlo. Estaba distraída viendo a los demás bailar—. Ellas son mis hermanas— señaló a dos mujeres con cabello canoso. Una era delgada y llevaba un vestido ajustado y rojo. La otra era robusta y llevaba un vestido verde oliva. Ambas eran de tez morena y tenían la nariz aguileña que caracterizaba a Javier—, Marisol y Gladys.

La chica asintió sonriente hacia las dos señoras, y ellas le devolvieron el gesto. A pesar de la expresión amable de ambas, Janie pudo percibir miradas juzgadoras. ¿No había sido adecuado ese vestido casual con estampado de flores que llegaba por encima de la rodilla? Un mesero les llevó bebidas a Javier y ella, y la chica tomó el vaso con rapidez y le dio un largo sorbo. Volvió la vista a la pista de baile.

Burn With Me (Arderemos Juntos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora