c a p í t u l o t r e i n t a y s e i s

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Francisco y Janie estuvieron casi hasta el anochecer cerca de la dirección que les había dado el informante. Era una casa lujosa blanca y llena de ventanas rodeada de un muro alto y un par de hombres armados en la entrada.

No podían irse de allí hasta ver con sus propios ojos a Gilberto, y no fue hasta que un auto entró al lugar que pudieron ver al hombre saliendo a saludar mientras el portón se cerraba. Su compañero condujo a toda velocidad de nuevo a la oficina. En el parqueadero solo estaba el auto de Javier.

—Entonces, ¿dos camiones de pollo?— preguntó Francisco a Janie mientras bajaban del coche. Habían estado ideando un plan para capturar a Gilberto durante todo el trayecto.

—Sí. Tienen que ser dos. Eso es muy importante. Si no, todo el plan se irá a la mierda— caminaban uno al lado del otro, preparándose para llegar al campo de batalla donde Javier los esperaba—. ¿Crees que puedas conseguirlos?

—¿Bromeas, cariño?— dijo su compañero con una sonrisa pícara—. Es pan comido.

La chica dedicó una rápida mirada a Francisco y sonrió a boca cerrada.

Una vez dentro del edificio, caminaron por el pasillo, y se detuvieron al encontrarse con Javier apoyado en el escritorio de Janie con brazos cruzados. Solo los dos focos sobre los escritorios estaban encendidos. Los observaba con ojos furiosos, y rechinaba los dientes mientras se aproximaba hacia ellos.

—Espero que tengan las cabezas de todo el Cartel de Cali en el maletero del auto— dijo el agente en tono autoritario—. Porque no hay otra buena excusa para explicar el hecho de que hayan desaparecido todo el día sin avisar.

—Encontramos a Gilberto— dijo la chica, con ojos desafiantes—. Está aquí en la ciudad.

—¿Y la llevaste hasta allí contigo?— esta vez, Javier se dirigió a Francisco—. ¿Y si los hubieran visto?

—¿Crees que somos idiotas?— Francisco apretó su mandíbula—. Por supuesto que fuimos hasta allí con cuidado...

—Y sin decirme— interrumpió Javier.

—Porque estabas muy ocupado en una reunión— Janie mordió su lengua, y se apoyó en el escritorio de Francisco mientras se cruzaba de brazos—. Por cierto, ¿cómo te fue?

Javier exhaló por la boca, casi en un suspiro de frustración. Pasó su mano por el rostro con brusquedad.

—¿Qué tan lejos está el lugar?— el agente cambió de tema—. ¿Vieron a Gilberto?

—Sí— dijo Francisco—. Está a las afueras. A unos veinte minutos en auto.

El hombre asintió, pensativo. Estaba furioso, pero no podía negarles que hicieron un gran avance con toda la investigación. Suspiró, rindiéndose.

—De acuerdo— dijo luego de un momento—. Ya llamé a la policía de Cali. Les dije que si no nos daban una orden irían de nuevo a revisar todos los documentos contables. Eso no les gustó nada, porque me dijeron que mañana temprano me la enviarían. Les diré que nos contacten con un equipo policial de la ciudad. Y ustedes dos recibirán teléfonos celulares. Quiero saber dónde están las veinticuatro horas del día. Si no atienden así sea una llamada, están fuera.

Francisco rió con sarcasmo.

—¿Ahora nos vas a tratar como niños?

—Si quieren que los trate como adultos, actúen como tal y no me desobedezcan.

—Hacemos nuestro trabajo, Javier— dijo Janie—. Para eso estamos aquí. ¿O acaso tú y Steve nunca desobedecieron las reglas?

El agente la miró con enojo. Permaneció en silencio, porque no había ningún agente que rompiera tantas reglas como él antes de ser jefe. Ahora que lo era, entendía lo estresado que estaba Jeff todo el tiempo.

Burn With Me (Arderemos Juntos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora