c a p í t u l o c u a r e n t a y d o s

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Eran casi las cinco de la mañana, y Janie estaba por terminar su termo de café negro con muy poca azúcar.

—Gracias por el café— dijo Francisco junto a ella. Mantenía su mano libre en el volante del auto mientras que con la otra sostenía el termo metálico. A diferencia del café de Janie, el de Francisco solo tenía una cuarta parte de cafeína, y el resto era leche caliente y mucha azúcar.

—Ya es la tercera vez que me agradeces, Frankie— sonrió a boca cerrada. Sus ojos le ardían y su cabeza se sentía pesada.

Su compañero se encogió de hombros.

—Es un buen café— dio otro sorbo, y observó cómo el sol salía a través de la alta maleza, tornando el cielo de un color rosa y naranja—. Recuerdas cómo me gusta.

Se encontraban en una carretera alejada de la ciudad. Desde que habían llegado, no había pasado ningún auto. Sin duda, Salcedo sabía lo que hacía.

—¿Y...— dijo la chica luego de un largo silencio— cómo te sientes? ¿Estás mejor?

—Ya casi no duele— Janie giró para observar al hombre, y notó que la herida de la quijada estaba por cicatrizar. Su nariz ya no estaba hinchada, pero podía distinguirse un hematoma—. Pero no te preocupes por eso. No es tu culpa...

—En parte lo es.

—Janie— reprochó—. No te culpo de nada y, lo creas o no, tampoco culpo a Javier— suspiró, y miró hacia el otro lado, atento por si llegaba Jorge—. Solo está desesperado de no perderte.

La chica mordió su labio y sostuvo su frente con la yema de sus dedos. Odiaba sentirse en el medio, y le incomodaba que alguien la amara tanto como para hacer cosas de ese estilo. Por más que intentara convencerse, no podía sentirse merecedora de algo así.

—Supongo que...— continuó Francisco. Quería encontrar en su cabeza las palabras correctas antes de continuar— estoy un poco molesto porque solo pasaron dos años y ya tienes una vida con alguien más.

—Pensé que ya no podríamos estar juntos, Francisco— respondió la chica a la defensiva—. Y no sabes lo jodidamente duro que fue para mí— su voz se quebró, y sus ojos comenzaron a cristalizarse—. Me sentía tan culpable... lo sigo estando. Intenté alejarme de Javier. De veras que sí, pero...

—Lo sé, y está bien. No te estoy culpando, Janie. Lo digo en serio. Es solo... te digo cómo me siento, nada más. No puedo evitar pensar que yo no habría podido seguir adelante así como tú.

—Eso no lo sabes— exclamó con irritación—. Y si lo hubieses hecho, estaría muy feliz de que no caíste en un agujero de desolación a tal punto de dejar que otros te maltrataran físicamente para evitar sentir el desgarrador dolor y vacío en tu pecho, así como me ocurrió a mí—. Sin dejar de observarlo, abrió la puerta del coche. Salió de él y dio un portazo.

Francisco permaneció inmóvil. Parecía observar el volante, pero realmente estaba ensimismado en sus pensamientos. Sabía que era necesario conversar esto con Janie. Su psiquiatra le había dicho que, si quería tener una relación sana con ella, tendría que hacerlo. Esto era por el bien de los dos, y también se daba cuenta cómo gradualmente la chica cedía con respecto a sus sentimientos. Hace unas horas casi lo dejaba besarla. Era un avance.

La chica se cruzó de brazos debido al frío. A pesar de que traer puesta la chaqueta de cuero de Javier hacía una gran diferencia, sus manos estaban casi gélidas. Revisó el bolsillo de la prenda, y agradeció mentalmente al agente de haber dejado una caja a medio acabar de cigarrillos y el encendedor. Sonrió a boca cerrada pensando en lo malhumorado que estaría al darse cuenta que no tiene sus cigarrillos.

Burn With Me (Arderemos Juntos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora