c a p í t u l o t r e i n t a y s i e t e

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A primera hora de la mañana Javier ya se había comunicado con un equipo policial local y tenía la orden de captura para Gilberto. Indicaba a todos cómo iban a proceder entrar a la mansión señalando lugares en un mapa apoyado sobre el capó de una de las camionetas color verde oscuro.

—¿Alguna pregunta?— el agente pasó su mirada por cada una de las personas involucradas, deteniéndose en Janie. Sus ojos tenían aquella expresión de cachorro. Sabía que era un plan arriesgado, sobre todo porque su novia estaba involucrada. Tampoco sabía si la policía iba a cooperar.

Nadie tenía preguntas, por lo que hizo ademán con su mano que todos subieran a los autos correspondientes. Él se acercó a la chica y la tomó del brazo como gesto de cariño.

—¿Dónde está tu chaleco?

—No lo usaré

—Janie...

—Para ti es fácil decirlo— señaló a Javier de arriba a abajo con su mano—. A ti te queda bien. Luces ardiente— inconscientemente, el hombre se miró. El chaleco le quedaba un poco pequeño, dejando al descubierto parte de su abdomen. Observó de nuevo a la chica, e hizo un movimiento de cejas. No podía refutarlo—. No hay de mi talla, y parezco una papa envuelta.

—No sabía que eras tan vanidosa— el hombre sonrió, y Janie se encogió de brazos. Por supuesto que no era vanidosa, solo no quería verse como una papa envuelta. Además, nunca los ha usado y siempre se las ha arreglado. La señaló con su dedo índice—. Ponte el chaleco o no vienes.

La chica rechinó los dientes porque sabía que no tendría opción. Javier no estaba para que lo desobedecieran ese día. Pensar en ello le hizo tragar saliva. Salió de su ensimismamiento gracias a Francisco, que le colocó el chaleco sobre la cabeza sin que se diera cuenta.

De manera divertida, su compañero buscaba su mano para pasarla por el orificio del chaleco.

—¡Basta!— Janie chistó, irritada—. Yo puedo sola.

Francisco rió, y ella mordió su lengua para contener su risa. Una vez con el chaleco puesto, el hombre ajustó las correas lo más que pudo. Janie tenía razón. Le quedaba grande. Contuvo su risa, porque sabía que si la chica se daba cuenta que se estaba burlando lo golpearía. Él también llevaba un chaleco antibalas. Al igual que Javier, le quedaba pequeño y lucía atractivo.

—Adorable— se limitó a decir su compañero. Tomó una de las mejillas de Janie entre sus dedos para pellizcarla. Ella retiró la mano con brusquedad.

—Hoy parece que tienes ganas de una patada en los testículos— la chica sonrió forzosamente.

—Inténtalo— dijo Francisco en tono juguetón—. Y verás lo que te pasa.

—¿Nos podemos ir ya?— Javier estaba a punto de entrar a la camioneta. Había subido al reposapiés, por lo que podía verlos desde arriba del auto. Se había puesto sus lentes de sol amarillos.

Ambos asintieron, y caminaron hacia el coche.

—Hice lo que me pediste— susurró Francisco a Janie sin dejar de mirar hacia el frente—. Espero tengas bien sujeto ese chaleco porque lo vamos a necesitar cuando Javier se entere de lo que vamos a hacer.

—Si no lo hacemos, no atraparemos nunca a Gilberto o a cualquiera del Cartel— habló la chica en voz baja. Se encogió de hombros—. Tendrá que vivir con eso.

Su compañero suspiró antes de detenerse frente a una de las puertas traseras de la camioneta. Ambos subieron, y Javier miró a Janie a través del retrovisor. Le guiñó el ojo, y ella sonrió a boca cerrada. Luego de un momento, bajó la mirada. Respiró hondo y, al momento que el auto comenzó a moverse, miró por la ventana.

Burn With Me (Arderemos Juntos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora