42. Injusticia oscura

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Una melodía de teléfono.

Para unos, algo inofensivo

Pero para otros, quienes conociesen su significado, era que algo malo iba a ocurrir.

Sherry no pudo evitar despertarse ante tal sonido, Gin ya se había despertado y tenía su teléfono móvil en su poder. Por suerte, ella hacía tiempo que había terminado su peligroso cometido. Sin abrir los ojos y dándole la espalda fingía un profundo sueño.

–Soy yo –respondió, al escuchar como contestaban a su llamada –. ¿Al final consiguió completar el robo?

La joven científica escuchaba la poca información clara de aquella conversación, imitando una respiración lenta y tranquila, sabía perfectamente que Gin estaba mirando si se hallaba bien dormida.

–Yo tampoco me lo esperaba –se burló, aunque mostraba pequeñas motas de decepción en sus palabras –. Aunque no lo sepa, el resultado será el mismo.

Gin examinaba, una vez más, la silueta de aquella mujer que dibujaba entre esas telas. Por una extraña razón, aunque se acababa de acostar con ella se encontraba más descansado de lo normal.

Escuchaba con suma atención lo que su superior le explicaba tras el móvil. Unas pequeñas gotas de sangre le llamaban la atención, había escuchado que algunas mujeres después de un largo tiempo sin tener relaciones sexuales le ocurrían esas cosas, mejor prueba no podía tener.

¿Entonces porque Generic presumió de aquello?

¿Para vacilarle?, ese chico estaba loco.

Bueno, esa visita en el hospital le dejaría las cosas bien claras.

Con su mano libre rodeó la cintura de la chica, acercándola a su posición, en el fondo si sabía que le había sido fiel en todo momento. A Sherry le pilló por total sorpresa aquello, sentía como ahora su cabeza se hallaba apoyada sobre el torso de éste mientras él olía sus rojizos cabellos.

–Muy bien –entendió las órdenes –. Al atardecer me reuniré allí con Vodka, será rápido.

Colgó el teléfono móvil para dejar que el silencio se apoderara nuevamente de la suite donde se hallaba la pareja, miró la hora de su teléfono, aún era demasiado pronto para ir a las instalaciones centrales o llevar a la joven científica a su laboratorio. Tiró el aparato electrónico de mala gana, incorporándose levemente, haciendo que la cama crujiera por el cambio de peso.

Sherry sentía que le daban la vuelta y como Gin recorría con la lengua su fina espalda mientras iba apartando la sábana que la tapaba. Su largo cabello plateado hacía un suave cosquilleo al contacto con su piel. Una fuerte corriente de puro placer atizó su mente.

–¿Q-qué haces?

–Marcar otra vez lo que es mío.

Con una leve sonrisa la joven científica cerró sus ojos, dejando que la oscuridad envolviera de nuevo su corazón.

–¿Estás bien?

Esa pregunta hizo que Sherry levantara su fría mirada del café que había pedido. Aquel silencio que envolvía sus peores pensamientos finalmente se rompía, escuchando gradualmente como las voces que ambientaban la cafetería la devolvían a la realidad.

–Sí.

Akemi sonrió aliviada, temía por un momento que su noticia no le hubiera hecho ninguna gracia. Miró dulcemente a su hermana pequeña, acercándole un diminuto papel.

Los días en la Organización: El error de SherryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora