15. London Gin

21 4 0
                                    


La tenue y fría luz de las farolas se encendieron para no dejar que la oscuridad engullera las calles junto los peatones de Beika.

Como una noche más, en los laboratorios, solo quedaba Sherry con los animales enjaulados que utilizaba para sus experimentos. En parte le daba lástima, ella amaba los animales. Con dificultad cerró con llave la puerta del laboratorio principal ya que con la otra mano sujetaba como podía varias carpetas con información confidencial.

No le importaba estar sola, todo lo contrarío le ayudaba. Esa soledad siempre era bien recibida, con ella podía pensar con tranquilidad sobre todo lo que pasaba en su vida y está vez le ayudó a tranquilizarse después de la gran disputa que tuvo con Akemi.

Sherry sonrió al encontrarse en la salida el auto de Gin aparcado y corrió hacia él para huir de aquel gélido frió que azotaba esa noche y ayudaba a que la nieve se mantuviera en el suelo sin descongelarse. La chica agradeció sentándose en el asiento del copiloto que Gin tuviera puesto la calefacción del coche, cerrando rápidamente la puerta para que el frío no entrara mientras Gin le recibía con un largo beso que Sherry aceptó sin pensarlo.

–Es información sobre el experimento –explicó la joven observando que al separarse Gin miró de reojo las carpetas que ella se había colocado en su regazo –, quiero avanzar un poco la investigación en mi casa, me da la sensación de que no hago mucho en los laboratorios.

–Está bien, pero hoy pasarás la noche en mi casa –parecía más una orden que una observación, arrancó el auto para alejarse de allí.

Sherry se sorprendió, no sabía que decir ni preguntar, al mirar por la ventana se fijó que tomaban un camino diferente. El camino se hizo más largo de lo que estaba acostumbrado, no le importó, miraba con tranquilidad aquel paisaje nevado y nocturno.

Finalmente llegaron a un hotel que Sherry no reconocía.

Salió del auto y se abrigó como pudo para protegerse del aquel terrible frío, alzo aún más la vista para intentar, en vano, ver la altura de aquel lujoso edificio. En ese mismo momento sintió como Gin le cogía suavemente por la cintura y la guiaba hacia el interior.

–Cada cierto tiempo tengo que cambiar de localización –explicó sabiendo que la chica se hallaba confusa mientras se adentraban y les recibía un ambiente cálido –, son gajes de no caerle bien a demasiada gente.

La suite que le había dado la Organización a Gin era lo más espacioso y lujoso que había visto en su vida, llegó a la conclusión de que ese hotel era de altísima categoría y que muy pocos podrían pagar. Sherry dejó los documentos sobre la mesa observando como Gin colocaba su gabardina negra encima de una de las sillas.

–¿Quieres ver la habitación? –mostró la puerta que daba seguramente a una habitación, examinó como las mejillas de la chica se sonrojaban levemente al acercarse a su lado.

Si la sala principal era lujosa la habitación era acogedora: Una gran cama con dosel de madera maciza de ébano a juego con las mesitas de noche les recibía, junto un pequeño tocador con un lustroso espejo. Pero lo que más impresionó a Sherry fue el gran balcón al que daba paso.

Sin dudarlo salió al exterior, el paisaje era tan impresionante por las cantidades de luces que había a sus pies que le hizo olvidar el frío que azotaba a esas horas. Ningún edificio estorbaba, tranquilamente podías ver el horizonte, seguramente estaban en uno de los edificios más altos de Beika.

La chica no pudo evitar sonreír.

–¿También te proteges de los francotiradores? –vaciló Sherry viendo como él también salía al exterior.

Gin no contestó, solo encendió uno de sus cigarros mirando también el paisaje, el aire peinaba su melena de plata. Sherry le imitó apoyándose en la barandilla formada de metal y cristal.

–¿Sabes? –murmuró, observaba hipnotizada como la blanca nieve caía del oscuro cielo –, si desgraciadamente tuviera que morir algún día asesinada, me gustaría que al menos fuera rodeada de algo tan puro como la nieve...

Gin rió por lo bajo, como si fuera una estupidez lo que había dicho y no tuviera importancia.

–¿Qué te hace pensar que morirás asesinada? –tiraba el cigarro.

–Porque hasta los cuervos quieren ser libres –mostró una sonrisa, volviendo a mirar de nuevo el paisaje.

Sherry sintió como Gin la abrazaba desde atrás.

–Empieza a hacer más frío –le susurraba en el oído provocando que ella se volviera a sonrojar –. ¿Te apetecería estrenar la cama con un London Gin?

–¿London Gin? –levantó la cabeza para verle el rostro sin poder evitar ponerse nerviosa, este agachó su cara para besarla, pasando su enguantada mano por las rodillas de Sherry para levantarla fácilmente entre sus brazos y adentrarla en la habitación.

¿Como una persona tan fría podía dar unos besos tan cálidos?

Gin apartó con un hombro el dosel y depositó a Sherry encima de unas sabanas blancas que eran tan puras como la nieve del exterior. La noción del tiempo era algo inestable cuando se estaba con él, los minutos podían ser segundos o viceversa según la situación.

Sherry emitió un leve gemido al volverse uno con Gin entre aquellas sabanas, su cuerpo se estaba acostumbrando a aquel licor, el dolor había dejado paso a un placer que era difícil de describir.

–Gin... –jadeaba la chica, abriendo lentamente sus ojos, escuchaba como en la mesita de noche que tenía al lado sonaba el teléfono móvil de este.

–No es la melodía que me interesa –dio una pequeña embestida para que Sherry gimiera –, ahora lo único importante aquí somos nosotros –dominó el interior la boca de la chica con su lengua, volviendo a repetir el ritmo mientras se fundía en un fuerte abrazo.

El teléfono móvil volvió a sonar, pero Gin lo acabó estampado contra una de las paredes sin dejar de centrarse en Sherry en ningún momento.

Una mujer de rubios cabellos se mordía el labio con rabia al ver que Gin no le cogía la llamada, había llegado antes de tiempo al aeropuerto y quería que la mano izquierda del jefe fuera a recogerla. Con ira e impaciencia acumulada bajó la opción de llamar al segundo contacto de la lista, escuchando nuevamente el tono de llamada.

Una vez...

Dos veces...

–¿Sí? –preguntó una voz masculina al descolgar.

–¿Vodka?

–¿Vermouth?

–Si, soy yo...

–¿Qué ocurre? ¿Por qué llamas a estas horas?

–Acabo de llegar al aeropuerto antes de lo que me esperaba –explicaba la voz femenina algo impertinente –, pide a Gin que venga recogerme.

Los días en la Organización: El error de SherryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora