21. Celos

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–Al final caíste en mis encantos... –sonrió Vermouth a la vez que se incorporaba para apoyarse sobre el pecho de Gin, él lo impidió levantándose rápidamente de la cama para colocarse la ropa interior y sus pantalones negros.

Aún era de noche, la luz del amanecer apenas se mostraba por culpa de la niebla que se apoderaba del exterior a parte de la nieve, cada día que pasaba más frío hacía y ni quiera habían llegado a fin de año.

Gin había llegado un par de horas antes de la misión que había tenido en otra región de Japón, había sido un viaje bastante largo pero como siempre no se encontraba cansado.

–¿A dónde vas? –sentía curiosidad, tapando su perfecto cuerpo con las sabanas.

–Eso no te incumbe –cogía su jersey del suelo de mala manera, dentro de una hora tenía que ir a los laboratorios para coger los malditos informes y entregárselos a Anokata –, ya te puedes ir largando de mi casa Vermouth.

–Vaya... –se volvió a tumbar, apoyado su cabeza sobre la mano –, creí oír que a Sherry la dejabas estar toda la noche durmiendo en tu habitación.

–Vermouth... –su paciencia tenía un límite y con ella llegaba enseguida –, ya he hecho bastante por ti acostándome contigo esta noche.

–Se que lo deseabas.

–Piensa lo que quieras –cerró la puerta de muy mal humor para salir de allí. Cogió su gabardina con la pistola y con la otra mano sujetó su sombrero negro antes de cerrar con rabia la puerta de la salida.

Durante el descenso con el ascensor encendió su teléfono móvil para mandar un mensaje a Anokata para avisarle de que iba a ir a por los documentos, con la otra mano buscaba su cajetilla de tabaco.

Ya en el exterior encendió uno de sus cigarrillos dirigiéndose hacia su Porsche ignorando el frío que volaba sus cabellos, en verdad no había disfrutado el acostarse con Vermouth... no había sentido placer, descanso, nada. ¿Por qué?

Cerró con furia la puerta de su auto y arrancó el motor sin antes golpear con fuerza el volante. Sentía ira en su cuerpo por no sentirse desahogado, alguien lo pagaría muy caro si se chocaba con él.

–¿Estás mejor? –observaba como Sherry se colocaba la bata dándole la espalda, llevaba los archivos del experimento entre sus brazos –, tenías que haberte quedado en casa para dormir unas cuantas horas más.

–No importa, de verdad –se colocó bien los cabellos a la vez que miraba el reloj de pared del desierto laboratorio, eran las seis de la mañana. Había estado desde las tres llorando bajo en hombro de Generic.

Lo agradecía, se sentía mucho más libre y desahogada.

–¿No te importa que vaya arriba a hacer unas cuantas copias de los experimentos?

–Claro que no –hizo una mueca, tampoco quería que se él se pensase que era alguien tan débil que necesitaba cuidados –. Puedo estar sola, me irá mejor para suicidarme.

Gene le fulminó con la mirada.

–¡Era una broma! –contestó –, haz lo que tengas que hacer, yo también tengo trabajo y cuando antes termine tendré una excusa perfecta para salir más temprano.

–De acuerdo.

Sherry no se giró para observar cómo le obedecía y salía de la silenciosa sala. En verdad le había mentido, no tenía nada que hacer pero quería que se fuera de allí. Se sentía culpable, como si se estuviera aprovechando de él ya que Gin no estaba con ella.

Los días en la Organización: El error de SherryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora