36. Gritos, disparos y acusaciones.

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Sherry se despertó de golpe con un bajo grito de terror, incorporada en la cama de Gin. Examinó, a los pocos minutos, cada punto de aquella habitación para orientarse y calmarse.

–Una pesadilla... –se sentía ridícula al sentir su propia respiración agitada, apoyando la mano sobre su frente sudada, no era ni la primera ni la última pesadilla que había tenido en semanas.

La oscuridad que le envolvía en el silencio de la noche no la ayudaba a relajarse, todo lo contario: en su pesadilla también había tinieblas. Necesitaba sentir que estaba en la realidad, a salvo.

Se levantó de la cama, vistiéndose con el camisón que Gin le había quitado horas atrás y cerrando con suavidad la puerta de la habitación detrás de sí. El sonido continuo del fax hizo que fuera a la sala principal. No paraba de salir fotos de objetivos, mapas, todo tipo de horarios e indicaciones que le mandaban desde arriba, del mismo Anokata o RUM, tenía que evitar mirar lo máximo posible aquellos papeles.

La televisión también estaba encendida con las noticias nocturnas de Japón, pero sin audio. No había ningún tipo de rastro de Gin. Sherry se tumbó en el sofá, apoyando su cabeza sobre uno de los blandos reposabrazos, observando las imágenes sin sonido.

Una vez calmada, sus parpados volvían a ceder para entrar bajo el dulce hechizo de Morfeo, estaba agotada de la fiesta y sus contratiempos.

Gritos. Acusaciones. Disparos.

Muertes. Akemi. La muerte de Akemi.

Sus ojos se abrieron con las pupilas contraídas por el terror, su corazón latía con fuerza juntamente con su respiración. Un fuerte olor a tabaco avisaba de que Gin, esta vez sí, se encontraba en la misma estancia. Sin incorporarse miraba las noticias que tenía enfrente, el reloj de la esquina del televisor avisaba de que había dormido una hora exacta.

Escuchaba como Gin hablaba por teléfono en otra habitación, aunque no podía escuchar la conversación su tono de voz era más serio de lo normal, solo pudo entender una frase:

–Me lo imaginaba, esa puntería es típica de la élite del FBI.

Cerró sus ojos una vez más, vencida por el cansancio. Apenas podía mantenerse despierta por más tiempo, aunque temía volver a tener otra pesadilla.

Gritos. Golpes.

–Sherry... –alguien la rescató de su nueva pesadilla, estaba sentado al lado de ella con la mano sobre su cintura –, ¿Sigues con las pesadillas?

Asintió con la cabeza, incorporándose apenas con fuerzas para apoyarse sobre el torso de Gin, no podía más, solo quería dormir una noche. Envidiaba la resistencia física de éste contra el sueño.

–Tengo un mal presentimiento –las palabras salían sin fuerzas de su boca. Notaba como Gin pasaba la mano enguantada bajo sus rodillas y la otra por su espalda para llevarla en brazos hasta la cama, no le gustaba que estuviera entre sus archivos de la Organización.

–Sherry.

–¿Mmm?

–Nada, duerme, mañana será un día muy largo –ordenó, depositándola sobre la cama.

Gritos.

–¡¿Quién os ha dado permiso para entrar aquí?!

Sherry estaba furiosa. Hacía poco que la calma que había en sus laboratorios se esfumó como el humo al escuchar como golpeaban con fuerza la puerta principal. Los trabajadores se encontraban inquietos al fondo de la sala con ella en cabeza, nunca se sabía quién podía morir ese día.

Los días en la Organización: El error de SherryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora