31. Una presa fácil

16 3 0
                                    


 –¿Cómo es que me tengo que quedar?

Vodka le había cerrado la maleta para que no metiera nada de lo suyo en ella, era primera hora de la mañana y la joven científica quería salir de esa isla lo antes posible.

–Tienes que acabar tus estudios de aquí, no solemos volver al mismo lugar dos veces en tan poco tiempo, no puedes dejarte nada... –sonrió cruelmente haciendo que la chica le mirase con odio –, tu experimento va antes que tu orgullo Sherry.

–¿Y vosotros?

–Cumpliremos una parte del trato, nosotros si nos iremos.

–¿Me dejareis sola?

–No seas idiota, vendrá a supervisarte otro alto cargo –se dirigía a la salida de la sala –, mientras tanto te vigilaremos con la pulsera, no hagas ninguna tontería.

Sherry suspiró, en parte era bueno, aprovecharía para estar en su habitación y no despedirse de Generic. Pasó una larga hora apoyada en la puerta hasta que por fin pudo escuchar varios pasos, seguramente eran ellos.

Sintió como uno de esos pasos paró delante de su puerta para dejar algo, ésta ocultó su rostro en sus rodillas dobladas, no quería que entrara. ¿Cómo iba a mirarle a la cara después de lo de anoche?

Llamó suavemente la puerta tres veces, pero la joven no contestó, permitió que el silencio se adueñara de la incómoda situación. Su corazón latía dolorosamente por saber que una de las razones que le hacía seguir adelante en aquel cruel mundo era una sucia mentira. Solo le quedaba su hermana, su querida hermana.

–Adiós Sherry... –se escuchó tristemente detrás de su puerta, la chica apoyó su cabeza contra ésta para poder escucharle mejor –, sé perfectamente que tu gran orgullo no te lo permitirá, pero si alguna vez necesitas algo siempre estaré ahí.

Cerró con fuerza sus ojos, no quería contestar, simplemente quería que se fuera. Su deseo fue cumplido a los pocos minutos al sentir como esos pasos se unían a los que se había parado más adelante.

–Adiós Gene... –abrió la puerta una vez cesados los pasos, ya no estaban allí pero sí una pequeña rosa hecha de papel apoyada en el suelo.

Cogió ese pequeño obsequio para mirarlo con atención. Sus manos temblaban, no recordaba cuando le había dicho que le gustaban las rosas rojas. Se hacía tarde, tenía que acabar con lo que había venido realmente a esta isla.

En verdad apenas quedaba trabajo por hacer, Gene se encargó de que todo fuera rápido y sencillo: Tenía todas las muestras cogidas y clasificadas, las informaciones de sus habitantes, solo quedaba coger una de las algas más famosas de allí que se hallaba en el mar... ¿Qué pensaba hacer luego? ¿Tener un día tranquilo?

Sherry negó con la cabeza volviendo a la cruda realidad, tenía que ir con cuidado la última planta se encontraba cerca de un rompeolas y justamente ese día el mar estaba bastante agitado. La chica sonrió, seguramente esas cristalinas aguas querían avisarla de que no usase su naturaleza para el mal.

–Genial... la peor parte la tengo que hacer sola –ironizó para ella misma quitándose los zapatos, pero ese fue un fallo doloroso. Aquellas rocas resbalaban demasiado para unos pies desnudos, sintió como su débil cuerpo respondía para no caerse agarrándose en una de esas rocas provocando un corte profundo en el brazo.

Emitió un pequeño gemido de dolor, colocó rápidamente el brazo en el frio agua para anestesiar la herida gracias a la baja temperatura. Un escalofrío recorrió su espalda al sentir como el agua penetraba también en su ropa, Sherry se mordió el labio.

–¿Qué he hecho para merecerme todo esto? –se sentía tan ridícula consigo misma.

Lo único positivo de ese día es que ya tenía la última muestra que necesitaba de allí a cambio de un suéter roto, ensangrentado y empapado... necesitaba volver al hostal. La científica observó atentamente la puerta que se hallaba al lado de la suya antes de entrar, ¿ya habría llegado el alto cargo?

Tiró con rabia el suéter rojo a la basura, ya no tenía arreglo, su herida no paraba de sangrar y todo por la Apoptixina.... La maldita APTX4869. Todos sus problemas se basaba en ella, como todos deseaban poseerla, daba igual el efecto que tuviera.

Sherry recordó las páginas de aquel diario de su difunto padre que encontró en aquella lujosa cabaña donde pasó la noche con Gin.

No cumplían las condiciones establecidas.

¿Les pasó lo mismo que le estaba pasado a ella?

–Si no curas esa herida acabaras perdiendo el brazo por una estúpida infección –una voz masculina apareció detrás de sí.

–Gin... –contestó confusa colocándose un nuevo suéter para taparse, ¿Qué hacia aquí?

<< Si fuera por mi iría con vosotros para controlar las hormonas de tu querido ''amigo'', pero sin mi esta Organización se hunde. >> recordó las frías palabras de Gin, el día que le consiguió colocar la pulsera.

El sonido de unas cortinas rompiéndose con velocidad hizo que volviera en sí, se lo ofreció para que lo utilizara como una venda provisional, Sherry lo agradeció.

–¿Qué haces aquí? –seguía totalmente extrañada –, ¿te ha llamado Vodka?

–¿Qué ocurrió anoche Sherry? –contestó con otra pregunta con una fría sonrisa, si que le había llamado a altas horas de la noche.

–Nada –mintió, observando atentamente la venda que se enrollaba con cuidado sobre la herida –, simplemente acabamos el estudio antes de lo que pensábamos y sé como sois con vuestra impaciencia.

–Vodka escuchó gritos en la habitación de Generic.

–Ah, eso... quería descartar una muestra y yo me negué rotundamente –sonrió, tenía que tener cuidado, era un detector de mentiras con patas –, a veces ese chico se le olvida que soy su superiora.

–Dice que abandona el experimento.

Esta vez sí que le miró a los ojos, por sorpresa de ella estaba muy cerca, si que era sigiloso con sus movimientos.

–Es su orgullo de científico, mañana se le pasará.

Entonces todo ocurrió muy rápido, Gin estaba delante de ella y en cuestión de segundos le cogió del cuello para estamparla bruscamente contra una pared. Su cuerpo respondía horrorizado recordando la última vez que le hizo lo mismo, arañaba su propio cuello para liberarse de aquellas manos pero con un brazo herido le era imposible.

–Gin...

–¿Qué pasa gatita? –rió fríamente mientras con su mano derecha cogía su pistola –, ¿no se lo piensas contar a tu amor platónico?

¿Gatita?

Sintió como apuntaba con su pistola la frente de la chica, se estaba ahogando, necesitaba aire urgentemente. Observaba atentamente como esa mano no le temblaba el pulso para dispararla.

¿Mano derecha?

Gin era zurdo.

–Tú... no eres Gin –sentía como perdía el conocimiento por la falta de oxigeno y caía inevitablemente bajo los brazos de ese impostor.

Los días en la Organización: El error de SherryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora