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LA LLEGADA A LOS ÁNGELES

Maira

Era sencillo, o así lo había dicho mi madre, me mudaría a casa de su mejor amiga en California, y dejaría atrás mi vida en Denver, todo porque ella debía hacer una exploración por África y mi padre estaba muy ocupado con su nueva familia de vacaciones.

Iba a tener que pasar el verano en casa de una desconocida, en una ciudad desconocida. No podía tener peor suerte.

—Mai, pórtate bien ¿Vale?

Miré a mi madre, su avión salía en una semana, pero ella había decidido mandarme nada más terminar el curso, porque así disfrutaría de la ciudad de su infancia y mierdas así.

—Mamá no te preocupes por mí, procura que no te coma ningún león. 

Ella rio y luego me abrazó con fuerza, la correspondí y respiré profundamente, su colonia llegó a mis fosas nasales, siempre había considerado ese olor como el hogar, siempre que estaba mal mi madre estaba ahí, y ahora tener que pasar el verano sin ella iba a doler.

—Disfruta de Los Ángeles, es una ciudad maravillosa.

Asentí y me di la vuelta para andar hacia el control, no me giré a mirarla, ninguna éramos de eso, ella probablemente ya estaría saliendo y pensado que había hecho lo mejor para ambas. Siempre se había preocupado de eso.

Subí al avión y esperé pacientemente el trayecto mientras escuchaba la música a través de los cascos. Me había dado el número de su amiga y la dirección, al parecer ella estaría esperándome en su casa, porque no podía ir a recogerme por un problema con su coche, no proteste mucho y cuando me lo dijeron la primera idea que vino fue coger un autobús y e ir hacia San Francisco donde podría quedarme con mis abuelos, pero la idea de pensar que podía aparecer mi padre en cualquier momento me frenaba.

Nunca había sido una figura parental, él se fue cuando yo tenía tres años, porque ya no sentía lo mismo hacia mi madre y se mudó a Chicago por una oferta de trabajo en la universidad, allí conoció a otra mujer y empezó a salir con ella, tuvieron un hijo, que ahora tenía catorce años y otro unos años más tarde, que había cumplido hacía poco los ocho.

Procuraba verle lo menos posible, él tampoco estaba muy interesado en mí, nos enviaba el dinero cada mes y me llamaba cada quince días para asegurarse de que estaba viva suponía.

Cuando el avión se vació bajé tranquilamente la maleta del departamento superior y me despedí de las azafatas para dirigirme algo perdida hacia la cinta de las maletas. maldije al no haberme puesto las lentillas y tener que buscar en el bolso las gafas.

Cuando ya tuve todo me dirigí hacia la salida donde habiaría taxis y en cuanto entré en uno de ellos le dije la dirección. La casa estaba a una hora del aeropuerto así que me relajé y dejé que el calor de la ciudad me embriaga mientras miraba las calles, la gente iba en bañador y con tablas de surf, también los había que estaban en traje y supuse que iban a trabajar, aquí apenas eran los tres de la tarde.

—Muchas gracias —dije después de que me ayudase a bajar las dos maletas.

Él me sonrió amablemente y se fue en el taxi de nuevo, levanté la vista y busque el número de la casa, pero me sorprendí al ver que al estar en la final de la calle solo había una casa, una enorme casa.

Era de madera blanca, y por el olor a mar y arena supe que la playa estaba justo detrás, ¿Qué clase de amiga tenía mi madre? Me arme de valor y fui hacia la entrada. Solo debía subir los dos escalones y llamé, la puerta se abrió.

Una mujer que rozaría los cuarenta y tres al igual que mi madre me miró y luego se formó una enorme sonrisa en su rostro y alzó los brazos con la intención de abrazarme.

Amor de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora