5

177 7 0
                                    

¿UNA CITA?

Nick

Había pasado una semana desde la fiesta de Dexter, una semana en la que Maira y yo nos veíamos todos los días, comíamos juntos y luego la llevaba a su piso.

Como era viernes terminábamos antes el entreno porque debíamos de descansar para el partido del domingo así que después de ducharme me puse un pantalón de Nike blanco junto a una sudadera que me había regalado Nia en navidad.

Me despedí del resto de los jugadores y me fui directamente al despacho de Maira, que estaba concentrada enfrente de una pizarra.

No era el primer día que veía esa pizarra, estaban las mesas del evento y poco a poco la estaba llenando de nombres de varios famosos y gente importante.

—¿Has terminado antes? —me preguntó sin mirarme.

Yo me senté en una de las sillas y la observé antes de contestar. Llevaba una falda blanca junto a unas botas que le llegaban a la rodilla negra, arriba una jersey fino.

Acaba de empezar septiembre, así que todavía hacía calor en california, y lo haría durante todo el mes.

Su pelo estaba recogido en un moño perfecto y no llevaba maquillaje, pero estaba tan guapa como siempre.

—Sí, nos dejan descansar —pensé unos segundos —el domingo hay un partido, Kendric y Perla van a venir, si quieres acercarte.

—Claro, nunca te he visto jugar desde que te convertiste en toda una estrella —reí y vi cómo iba recogiendo sus cosas —venga vamos, hoy cenas en mi casa.

—¿Qué? —pregunté confundido, pero empecé a andar detrás de ella, se despidió de algunas personas del departamento como si i llevase aquí un año y esperó a que yo abriese el coche.

—Sí, me has estado llevando a casa todos los días y me pagas la comida, hoy voy a cocinar yo. He hablado con tu entrenador, y según tengo entendido hoy debes cenar carbohidratos, así que haremos unas pizzas.

Asentí y sonreí sabiendo que ella me había invitado voluntariamente, eso podría ser un progreso.

—Venga, tenemos que ir a comprar —me comentó al bajar.

La seguí por la calle hasta que llegamos a un supermercado, me dejó el carro en las manos y ella caminaba delante de mí mirando lo que debía comprar.

Siendo sincero hacía años que no iba a hacer la compra, cuando era pequeño se encargaba la cocinera que habían contratado mis padres y según crecimos mis padres pasaban algo más de tiempo en casa y para hacer una casa más familiar cocinaba mi madre y mi padre.

Cuando me ficharon me pusieron una dieta muy estricta y al mudarme decidí contratar yo a una cocinera, así que no me tenía que preocupar por la comida.

Pagó y luego me dio ambas bolsas, según había visto había aprovechado a hacer una compra con más comida. Cuando llegamos a casa después de caminar unos diez minutos me indicó donde dejar las bolsas.

—Voy a ducharme, tardo veinte minutos, si me guardas las cosas del congelador te lo agradecía —me decía mientras se descalzaba sentada en el sofá.

Caminó hasta su cuarto y cerró la puerta, pude oír la ducha así que mientras ella se duchaba le mandé un mensaje a Kendric.

Maira me ha invitado a cenar a su casa

¿Una cita?

No.

No quise contestar nada más porque Maira salió de su habitación. Estaba vestida con un pantalón corto y un top que dejaba ver su abdomen. Pude reconocer el piercing en su pezón gracias a que su pelo estaba recogido en un moño.

—Venga, hay que cocinar —comentó ella llegando a la cocina y empezando a sacar los ingredientes.

Yo me acerqué y me apoyé en la encimera dejando que se moviese alrededor de mí. Estaba preciosa.

—Toma, mételas en el horno, voy a coger un vaso de agua.

Lo hice, y cuando cerré el horno oí el ruido del cristal rompiéndose, me giré con rapidez. Maira estaba alrededor de decenas de cristales pequeños descalza.

—No te muevas —ordené acercándome y con cuidado la agarré de la cintura y la dejé sentada en la encimera —una escoba —ella sin hablar me señaló el armario de la entrada.

No tardé mucho en recoger los cristales, ella no hablaba, solo me miraba con una pequeña sonrisa que no supe identificar que significaba.

Cuando terminé me acerqué a ella y miré que sus pies o piernas no tuviesen ninguna herida.

—Gracias —susurró y yo la sonreí antes de acercarme más. Quedé entre sus piernas y mis manos acunaban sus mejillas.

—¿Puedo besarte? —fue un susurro, pero ella lo oyó y asintió despacio sin dejar de mirar mis ojos.

Mi cabeza se inclinó hacia delante y nuestros labios se tocaron después de siete años. Sus manos agarraron mi sudadera para acércame más y fue la señal para que mis manos bajasen a su cintura y llevarla más a mí obligando a que sus piernas se enredasen en mi cadera.

Caminé hasta el sofá sin dejar que nuestra boca se separase con miedo a que si pasaba no se volviesen a juntar en otros siete años.

Mi mano pasó por debajo de su top acariciando primero uno de sus pechos y luego el otro. Mientras sus manos luchaban por quitarme la sudadera y la camiseta.

Pude notas las yemas de sus dedos pasar alrededor de mis abdominales hasta llegar a los hombros.

—¿Quieres seguir? —susurré con la respiración entrecortada a escasos milímetros de su boca, la respuesta de Maira fue un pequeño beso.

Estaba dispuesto a quitarle la camiseta y luego el pantalón para poder follarla como hubiese querido durante siete años, pero un olor a quemado vino a ambos y nos alertamos separándonos.

Ella me empujó levemente y corrió hasta el horno, sacando ambas pizzas. Estaban algo quemadas, pero ninguno protesto. No me atrevería, porque ese pequeño color negro que se había quedado en la pizza había sido porque nos habíamos dejado llevar como dos adolescentes de dieciséis años, por la pasión y el deseo que teníamos contenido.

Amor de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora