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Bianca


No puedo creer que me hayan llamado. Estoy fuera de mí misma, es una locura con todas las letras.

―¿En serio es para la empresa de ese chabón? –Mi hermana me pasa un mate. Está en poquito lavado.

―Sí, ¿podés creerlo?

―¿Y... no... te importa...?

Sé que se refiere a los rumores que pasaron por la tele hace unos años. Fueron días enteros de chismes y comentaristas parados en la puerta de la empresa.

―Es un trabajo. Plata es plata. No me importa de dónde venga.

―Es que me acuerdo que investigué un poco sobre lo que había pasado –Se toca los anteojos coloridos, como si acaso eso la volviese más inteligente, o le devolviese los recuerdos.

―Juli, a mí tampoco me gustó nada, ya lo sabés, pero quién sabe... Capaz ya cambiaron.

―Lo dudo. Ese gordo tiene una pinta de mafioso... Parece peor que el anterior.

Hago caso omito a toda la explicación moralista que viene después. Me calzo unas lindas botas, las más lindas que tengo, y un pantalón negro con un pulóver color crema. Me maquillo un poco, me pongo pulseras y aritos, y Bianca Romano procede a desaparecer en una versión mejorada. Hasta podrían creer que vivo en Palermo y estoy forrada en guita.

Mi mejor cartera fue un regalo de mi hermana, la única que zafó de la vida humilde gracias a sus oportunidades laborales. Sin embargo, no olvida sus orígenes: es más, le sirven para sus discursos en conferencias y para sus libros. Lo que nos hizo nuestro papá es historia principal cada vez que abre la boca frente a un micrófono. No entiendo cómo puede hablarlo abiertamente, incluso sabiendo que él la podría estar escuchando, o leyendo, donde mierda sea que esté..., si es que está.

Me saluda con un abrazo de oso en la puerta.

―Vos sabés que si querés, podés vivir con nosotras un poco más. Que se venga a mudar Caye no significa nada. Sos mi hermana.

―Ya sé, es que... no da.

―Podés ir buscando otros trabajos mientras.

―Juli, voy a estar bien –la tranquilizo ante tamaña insistencia–. Son una nueva gestión. Si siguen en pie es por algo.

No sirve de nada: su mirada me dice que no está conforme con ese pensamiento.

―Hoy vamos a ir a ver vestidos de novia. Si querés venir, me contás tu día ahí, ¿te parece?

-Dale.

Mi mamá manda un mensaje en el grupo de la familia deseándome suerte, lo que provoca una seguidilla de mensajes de tíos y primos que nada sabían de mi nuevo trabajo. Por supuesto no puedo irme sin antes saludar a Tomi, que va a estar contento tomando sol todo el día, y me lo voy a encontrar de seguro bajo la estufa cuando vuelva a eso de las siete.

El viaje en subte es atolondrado: ya me había olvidado lo que era viajar con ochocientas personas agolpándose en un solo vagón. A pesar de eso, llego sana y salva a la oficina, y tengo que quedarme parada en seco frente a la puerta para recuperar el aliento. Todo, hasta los cuadros y las fuentes, son más o menos cuatro veces mi tamaño, en altura y por lo ancho. Me habían dicho que subiera directamente al piso veinte, que ahí me iban a estar esperando.

En efecto, tengo una cálida bienvenida de la única señora que conozco, Marcela, y ella se encarga de presentarme ante el grupo. Son un montón, no voy a poder acordarme de todos los nombres ahora.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora