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Bautista


No logro comunicarme con Bianca. Hace días que responde mis mensajes de una forma que no es la suya propia: sus palabras son secas, como quien no quiere hablar. Estoy comenzando a preocuparme. Me es imposible disfrutar del cielo despejado, del agua cristalina, de los bosques verdes sin ella tirándome chistes a cada rato, sin su insuperable sentido del humor.

Preciso más que nunca su presencia, su apoyo incondicional. Necesito contarle lo de la charla con mi papá, que puede haber una oportunidad para nosotros.

Su visto bueno va a ser suficiente para que iniciemos una vida mejor, una vida más limpia para mí, más relajada. El trabajo en un banco es estresante, pero de seguro es mejor que los ataques de pánico que me agarraban a cada rato los domingos.

Estamos en Nochebuena, al mediodía. Es ella la que toma la iniciativa de llamarme. Atiendo al teléfono apenas me vibra una vez.

―¡¿Bianca?!

―Bauti.

Me suena a que está algo enferma. Mantiene su calidez y su templanza, aunque no la reconozco del todo.

―¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Por qué...? Estaba preocupado.

Tengo tanta angustia que podría llorar.

―Perdoname, te pido mil disculpas. Fue horrible lo que hice. No tendría que haber cortado la comunicación.

―¿Podés decirme qué pasó, por favor? –Soy un hombre ansioso. Antes de que empezáramos a salir, yo me sacaba de quicio, como la vez que tuvo que ayudarme a no arrancarme los pelos en plena oficina. Ahora, ante los problemas, trato de respirar y de mantener la calma, sin tomar las cosas como una broma.

Suspira.

―No me lo vas a creer. Me encontré a Agustín en un bar.

―¿Agustín...?

No hace falta escarbar muy dentro de mi mente para recordar ese fatídico nombre, el momento en que ella lo pronunció por primera y única vez.

Me enderezo tan rápido que me mareo. Estaba acostado en la cama y ahora no puedo dejar de dar vueltas por toda la habitación.

Esto cambia todos mis planes. Ahora me desespero por escucharla.

―Bianca, por el amor de Dios, ¿qué te pasó? ¡¿Qué te hizo?! ¡¿Te hizo algo?!

Distintas secuencias mentales juegan con arruinarme: imagino que le volvió a hacer lo mismo que hace años atrás, esta vez peor. Imagino que la lastimó, que la golpeó, que la...

No puedo ni siquiera decirlo en voz alta. La sola idea de Bianca recostada en el piso, en la cama, con la ropa rota y cansada de tanto luchar me vuelven loco de remate.

―No... De hecho, todo lo contrario. Me vengué.

―¿Cómo que te vengaste? Pará, arrancá de cero, por favor. ¿Estabas sola?

―No, estaba con Juli.

Es un alivio importante. Confío demasiado en Juli y sé que nunca la abandonaría en esas circunstancias. Ella es la primera en desenfundar la espada.

―Habíamos ido a tomar algo –relata―, y el mozo era él, Agustín. Juli me pidió que nos fuéramos, y estábamos a punto de irnos cuando se me ocurrió una idea genial.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora