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Bianca


Me había enviado un mensaje, justo cuando llegué a mi casa. Parecía que hubiera tenido un radar para identificar el horario exacto en que crucé el umbral de la puerta del edificio. Quería cerciorarse de que estuviera más tranquila.

En ese momento, pensé que estaba en buenas manos. Me imaginé con el mejor compañero de equipo del mundo.

La ilusión no tardó en disolverse en pedazos. Una semana bastó para que dejara de ser una fantasía.

―¡Bi! –Me llama mi jefe desde su oficina-pecera. A pesar de estar envuelto en una mampara de vidrio, es imposible no escucharlo.

―¿Sí?

―Necesito que me agendes una reunión con el señor Costamagna, lo más rápido posible.

Okey.

Suena el teléfono, como ya sonó cincuenta veces. Atiendo. Mi discurso se repite constantemente: "Muy buenos días, oficina del señor Rinaldi. No, señor, no se encuentra en este momento, pero le devolverá la llamada. Sí, señora, puedo agendarle una llamada para las cuatro y media."

―¡Bi!

Ay, por Dios.

―Un segundo, por favor. –Pongo en pausa la llamada―. ¿Sí, Bauti?

―Si podés después pedirles a los chicos los informes para hoy, te lo agradecería.

―¿Que no eran para mañana? –Ayer les dije que eran para mañana.

―Los necesito hoy, si puede ser.

Resoplo.

Puta madre.

Vuelvo a la llamada. Justo cuando la corto, el maldito teléfono hace ruido nuevamente. Estoy empezando a odiar esa puta musiquita. Lo más fatídico de todo es que hay más teléfonos, tantos teléfonos como recepcionistas y administrativas hay en esta empresa del orto.

Sí, me considero una persona muy impaciente. No, no me voy a disculpar por ello.

―Oficina del señor Rinaldi, ¿en qué lo puedo ayudar?

―¿La chica nueva? –La voz de un hombre grande se escucha al otro lado de la línea―. Querida, ¿cómo estás? ¿Me pasarías con Bautista, por favor?

―En este momento no se encuentra disponible, pero si lo desea...

El señor lanza una risotada.

―¿Bianca, no? ¿Romano?

―S-sí... ―tartamudeo. ¿Quién es?

―¿No te dijo todavía que conmigo no se reservan reuniones? Hablamos cuando hay que hablar. Si yo lo llamo, me responde, y hablamos. Punto.

―N-no...

―Soy el señor Costamagna. Encantado.

En un rápido movimiento miro la pantallita oscura del teléfono; luego, dirijo la vista a la hoja que imprimí con los números internos de la empresa. En efecto, coinciden.

Estoy hablando con el puto CEO.

―Señor, disculpe...

Me quedo en trance, en un largo, doloroso, terrible trance.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora