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Bianca


―¿Bautista no te dijo cuántos días a la semana hay que venir?

Sacudo la cabeza.

―Está más perdido ese pibe... Lo que pasa es que, si es por él, viene todos los días, pobre.

Agostina, la única chica que se acerca para hablarme en el almuerzo, está muy entusiasmada tirándome data sobre el trabajo. Una de mis principales dudas, que hubiera podido resolver si mi jefe no se hubiera quedado halagándome de forma pasiva-agresiva, era la del home office. Tengo entendido que van a enviarme una computadora, además del celular que Bautista me pidió llevar encima, aunque no sabía cuántos días iba a estar trabajando desde casa. Durante la pandemia de COVID-19, todas las empresas adoptaron la modalidad remota, y recién a mitad del año pasado comenzó la modalidad híbrida. Digamos que ya es cosa del pasado ir presencialmente de lunes a viernes.

―Venimos un día a la semana, a veces dos. Eso tenés que acordarlo con él, no sé cuánto vaya a necesitarte –se ríe, y sé que me tiene pena. Ella sabe mejor que yo que voy a estar asistiendo hasta los domingos inclusive.

Me mostró un lugar que hace comidas saludables, ensaladas y esas cosas, a unas cuadras de la oficina. Elegí una ensalada césar, y ella una mezcla rara de vegetales con albóndigas de lentejas. Iba a quedar terriblemente mal si le decía que quería comer una milanesa a la napolitana. Ya me dio a entender que es vegetariana, o vegana.

Fuimos hasta allá porque el buffet de la empresa no le gusta mucho. Está situado unos pisos debajo de donde está mi escritorio. Cuando lo vi, no pude decir lo mismo, porque ofrecen un menú muy amplio y tienen canastos con frutas que parecen maduras. A esta hora, una de la tarde, está repleto de empleados, todos hablando y riéndose a los gritos.

Me termino sentando con más chicas del grupo. Empiezan a hablar de un montón de cosas que no entiendo, usando nombres que no reconozco, o que tal vez no recuerdo. Por eso tardo en integrarme a la conversación.

No veo a Bautista por ningún lado.

Subo después de comer y me lo encuentro en su oficina, frente a la computadora, prácticamente quedándose dormido. En el escritorio hay una bandejita de plástico con restos indescriptibles de comida.

Toco la puerta.

―¿Bauti?

De un salto estrepitoso vuelve a la realidad, y se acerca a recibirme.

―Bi. ¿Cómo estás? ¿Te puedo ayudar en algo?

―No sé si vos necesitás ayuda con algo.

Me mira apenas un segundo, así que aprovecho a clavarle la mirada y a detenerme más en su postura, en sus gestos. Sé que apenas es el primer día, pero me urge conocerlo un poco más, entender por qué está compenetrado en su trabajo, qué es lo que realmente hace. Hay algo que me resulta extraño en él y es que debe dedicarse a más cosas de las que dice. Ni siquiera son las cinco de la tarde y ya está desganado.

―Qué bueno que viniste, porque... ¿Te parece acompañarme a una reunión? Es en la sala de juntas.

Asiento. No puedo decir que no.

―Es nada más para que escuches. Más adelante vas a estar más canchera y te voy a pedir que anotes y que me vayas dando algunos datos de informes en la compu. Hoy eso lo hago yo, no te preocupes.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora