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Bianca


El lunes siguiente, primer día que vuelvo a la oficina desde nuestra discusión, aparezco con el rabo entre las patas, aunque con la frente bien en alto. Durante estos días haciendo home office no me dijo absolutamente nada al respecto: se limitó a escribirme o a llamarme lo justo y necesario. Si antes había algunos momentos suyos en donde lo escuchaba reír o me ponía un "ja ja" en los chats, ya se acabaron.

No me arrepiento de haber sido tan abrupta. No me arrepiento de haber dicho lo que sentía. Lo del Shot fue muy de hijo de puta. Yo sólo quería una devolución amistosa. Juli no está de acuerdo conmigo, y cree que debería neutralizar un poco mis arranques de locura.

Aunque, lo que pasó después... no puedo decir que me lo esperaba. Cuando llegué a mi casa, tenía las emociones a flor de piel. No podía sacarme de la cabeza sus ojos, su cara, sus labios. Su voz resonaba en mis oídos con palabras pasadas. Me dormí pensando en él. Toda la semana estuve pensando en él, soñando que repetía la misma frase con la que me despidió el otro día. Rozaba con sus dedos mis hombros y codos.

En mi almohada, en mi ropa, huelo su piel perfumada. No puedo dilucidar si ya es una pesadilla o una bendición.

Llega el momento. Lo veo llegar a la oficina con la mochila en la espalda y la mirada profunda de un cacique.

Tiemblo bajo la mesa. Antes de que siquiera pueda prender la computadora, me ordena:

―Bi, a mi oficina.

Los empleados que están caminando se paran para vernos. Deben presentir lo que se viene. Quizás estuvo contando por ahí que va a necesitar una nueva asistente.

Entro con él, cerrando la puerta a mi paso. Él baja todas las persianas.

En efecto, esto se va a poner feo.

―¿Estás enojado? –No debí preguntar, sé que sí. Va a echarme.

Sin embargo, elige no tomar ese rumbo de la conversación, y comienza su interrogatorio con las manos apoyadas en la mesa.

―¿Estamos bien?

Me toma por sorpresa su pregunta.

―¿Perdón?

―Si estamos bien.

―¿En qué sentido?

―No te hagas la zonza, con todo respeto –me parafrasea.

¿Que eso no estaba más que implícito?

―¿Vas a echarme, si te digo que me siento un poco... mal?

Alza los brazos, como quien está a punto de explicar una boludez tan grande como una casa.

―No, porque sé que estás mal. Te entiendo, ¿okey? Me estás mandando una señal muy clara: tengo banderas rojas por doquier. –Exhala. Se agarra la cabeza―. La verdad es, Bi, que no quiero que renuncies. No puedo funcionar sin vos.

Espero que ese no sea su mejor argumento, porque si lo es, es el más capitalista y esclavista que escuché en mi vida. Pongo cara seria.

―Estoy bastante segura de que hay muchas chicas ahí afuera que pueden hacer mi trabajo igual o mejor incluso, con mucha más experiencia y con un currículum más completo.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora