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Bianca


Era evidente que pronto tendríamos que volver a la oficina. Pasaron ya muchas semanas. Todavía me veo ahí, tirada en el suelo entre los cristales rotos, con un hombre amenazándome de muerte. Fue a unos pasos de mi escritorio que temí ser violentada, nuevamente, como hace seis años atrás, porque mi posición era la adecuada para que ese malhechor lo hiciera a su antojo. Tuve mucha suerte de haber salido ilesa, a excepción de esos cortes que a las pocas semanas desaparecieron como si nada hubiera pasado.

Todos terminamos asustadísimos. Algunos se niegan a ir a trabajar. Otros, abiertamente proclaman que están buscando un nuevo laburo, uno menos tedioso, más calmado; uno en donde no jalen el gatillo en medio de tu cráneo.

―Tengo una entrevista mañana, a las once. Ya les pedí a las chicas que me cubran por media hora.

Agostina camina rápido, escapándose de la entrada, y se adentra entre las personas de la calle que andan tan apuradas como ella. Trato de seguirla con paso torpe. Hoy la alteración es el sentimiento que reina por estos lados, por miedo a que se vuelva a repetir lo de aquel día.

―Me parece genial –me limito a decir.

―¿Vos? ¿Pensás irte?

Me haría bien contar la verdad, si tan sólo fuera posible: que con el señorito Rinaldi (o sea, mi pareja, mi chongo, lo que fuere) estamos cagados hasta las patas pero tiene que hablar con el padrastro, que sí, es el mandamás de la empresa. Hasta ahora, claramente, es un secreto guardado bajo trescientos candados.

―Seguramente. Tendré que empezar a buscar algo.

―¡Empezá ya, nena! Pensá que son un par de meses esperando respuestas, de hacer entrevistas... Semanas aguardando por un feedback. Yo no pienso cumplir un año más ahí dentro. No tendría que haberme ido del local de ropa, la puta madre.

Si sobrevivo a este día, ya está: Bauti salió para el aeropuerto ayer por la noche, para llegar antes de Navidad. No quería que fuera sin estar con él al lado trabajando, pero tengo que ordenar un par de cosas antes de mis días de licencia. Ya luego veré qué me depara el año que viene.

―¿Vos te vas de vacaciones?

¡Ja! Hablando de eso, menudo viajecito me espera. Me queda viajar a Bariloche, a conocer a toda su familia.

―Ni idea todavía. Puede que sí –miento.

Ella no aporta más comentarios al respecto.

Los lugares de comida están repletos a esta hora de la tarde, con funcionarios y empleados llevándose ensaladas y milanesas en bandejas de plástico. Tenemos que hacer fila en nuestra panadería favorita, la de los mejores sándwiches de miga a bajo costo, y esperar bajo el sol.

Ya cuando creo que me estoy asando logramos ingresar. La sombra me proporciona un poco de comodidad.

Pido tres sándwiches de jamón y queso. Me pongo en la fila para la caja, y chequeo mi teléfono, que acaba de vibrar:

Nena, ¿estás? ¿Podría llamarte, cuando puedas?

Es evidente que quiere avisarme que llegó bien. Ayer me quedé dormida temprano y no le escribí más. Le respondo con un "por supuesto" y que espere a que vuelva a estar sola.

―¿Venís a almorzar con nosotros?

―Tengo un par de cosas para hacer. ¿Lo dejamos para la próxima?

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora