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Bautista


Bianca es una caja de sorpresas. Cada día logra sorprenderme con su capacidad, con su intelecto. Ella me saca de mis peores crisis y arregla todos mis mambos sin flaquear. Es un escudo y una espada mágica, que lamentablemente cayó en manos de un caballero inexperto.

Si tan sólo supiera cómo agradecerle...

No tengo idea de cómo hacerle ver que me ayuda más de lo que cree. En realidad, sí sé cómo hacerlo, es que no encuentro el tiempo. Cada día las cosas se ponen peor para mí: no estoy sentado frente a la computadora más que unos minutos al día; el resto de las horas me las paso afuera, charlando con tal, reuniéndome con tal, haciendo el trabajo sucio que me pida Renato que haga.

Me lleva horas hablar con los contadores, que por qué no cierran los números, que no sé qué problema. Estoy sentado en mi oficina privilegiada y ni siquiera es por mérito. Me vendría bien tirarme a una pileta de agua helada y endurecer un poco el estómago, si quiero hacerme valer la pena.

Porque yo no nací para estar acá, sin duda alguna. No tengo la personalidad. Mi padrastro cree que nadie viene con la fortaleza innata, que se agarra con el tiempo, con la experiencia. Resulta que no tengo tiempo ni experiencia, soy muy nuevo y sufro de al menos cinco ataques de pánico por día.

Estoy más perdido que enfocado.

Bianca me hace sentir encontrado. Me hace sentir relajado porque hay alguien ahí para echarme una mano, o dos, o tres.

No quiero usarla, no quiero que se sienta como Atlas, cargando un mundo entero sobre un cuerpo tan pequeño.

No quiero que caiga conmigo, si tuviera que caer.

Voy a la cocina a servirme un vaso con agua. Me tomo un ansiolítico. Espero a que las voces en mi cabeza se callen antes de ir a buscar a Bianca.

Está almorzando, sola en su escritorio, mirando el celular. Perfecto.

Es mi momento.

―Bi.

―No. Es mi horario de almuerzo.

Aprendió a ponerme los límites, lo cual me hace sentir algo avergonzado de mí mismo. Me acomodo la corbata. No sé si sea la ropa o la presión la que me esté cerrando la garganta.

―Es una charla informal, lo prometo.

Agarro una de las sillas con rueditas vacías y me siento a su costado. Ella se queda viéndome asombrada.

―¿Vas a hacer algo hoy después del trabajo?

―Hoy van a hacer un after los chicos.

Bien. No tenía ni idea. En algunas ocasiones quedo exento de participar en las jodas y eventos divertidos, por ser el mandamás.

Me llevo un dedo a la boca, pensativo.

―¿Creés que me invitarán?

―¿Querés que les pregunte? –Noto que aún no está del todo suelta conmigo. Ve esta charla como una tarea más para hacer, para anotar en su agenda. "Preguntarle a los chicos si Bauti puede ir al after".

―Yo pregunto.

―¿En serio vas a ir?

―¿Si yo voy, vos no vas? Porque yo sólo voy por vos.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora