18

3 1 0
                                    


Bautista


―Bauti.

―Bi, estoy en una reunión, pero si podrías... ―Levanto la mirada para verla...

...Y se me cae la mandíbula hasta el piso.

Cuando la tengo enfrente, le echo una mejor ojeada. ¿Se cambió de ropa, acaso? De repente me la encuentro con un vestido negro entallado al cuerpo, como de satén o alguna tela del estilo, reluciente y con escote pronunciado, y con tacones altos del mismo color, stilettos. Sin duda no había venido así vestida a la oficina a la mañana. Sin embargo, no se maquilló todavía y tiene el pelo atado en un rodete desprolijo.

Es hermosa siempre, pero hoy se pasó. Este vestido parece traído del segundo círculo del Infierno.

―Em... ¿Vas a algún lado...? –bromeo.

―¿Por qué? ¿Estás celoso?

Por la puta madre, sí. Me pondría muy triste si en realidad fuese a cenar con otro pibe en vez de celebrar el compromiso de su hermana.

―Preguntaba nomás. Estás... Te vestís siempre tan...

Bianca se ríe. Me está boludeando como el pobre virgen tarado que soy y me siento un simple mortal adorando a una diosa griega que me juzga desde el Olimpo.

―¿Te comió la lengua el gato?

―Quisiera que vos me comieras la lengua.

No tengo ni idea de lo que está pasando en la reunión, y confirmo que ya no me importa nada cuando cruza sus piernas largas y delgadas, haciendo que le resalten más las curvas de sus muslos. Cierro la computadora con todo prendido.

―¿Y la reunión?

―No sé de qué me estás hablando. Cerrá las persianas, Bi.

Me mira con incredulidad.

―¿Qué? No puedo...

―Sí podés. Están todos en una reunión de equipo. Tenemos media hora, y no puedo soportar verte así vestida. No me hagas esperar hasta la noche.

―No enloquezcas, Rinaldi. Estás perdiendo la razón.

¡¿Que no enloquezca?! Tarde, pienso. No estoy del todo seguro si estoy viéndola a los ojos o enfocándome en otras partes del cuerpo. Delicadamente, una parte mía comienza a cosquillear.

―Si no querés cerrarlas vos, voy a tener que hacerlo yo.

―¿Vos decís que no hay nadie? –baja el tono de voz. Levanta una ceja. Con dedos delicados, se acaricia el mentón, el cuello, y gira la mano a un costado para bajarse una manga del vestido.

Cuando le veo el bretel del corpiño, todo mi cuerpo se estremece. Aprieto la silla con fuerza.

―No, no hay nadie. ―Me pongo serio.

Por supuesto que está jodiendo conmigo: quería saber qué tan lejos estoy dispuesto a llegar. Se arregla la ropa y el pelo, sonriendo cual listilla.

―No pienso hacer esto ahora.

―Voy a respetar tu decisión, pero al menos dejame hacer algo.

―¿Qué vas a hacerme?

Me paro de la silla, porque el tiempo apremia y no pienso desperdiciar un solo segundo. Estoy tan caliente que la pija me duele. Tapo los vidrios para que nadie nos vea y cierro la puerta con llave, por si acaso a alguien se le ocurre buscarme. Es mi costumbre cuando no estoy: si hacemos silencio, nadie va a sospechar nada.

Verte a través del cristal [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora