꧁​ᥴꪖ​ρ 4 ꧂

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Aunque Jimin estuviese sentado inmóvil en el cuarto, su mente hervía. Todavía tenía tiempo de huir. Sólo
necesitaba abrir la puerta y escapar de ese castillo
maldito.

Considerando la oscuridad reinante, sería fácil pasar desapercibido.

Pero, ¿qué le aguardaba del lado de afuera? ¿Sería capaz de convencer a los guardias de dejarlo salir? ¿Y en cuanto al puente levadizo? Jimin maldijo bajito, de una manera muy poco educada.

A pesar de haber trabajado duro, planeando hasta el cansancio, estaba a un paso de casarse. Y no con algún perrito obediente, sino con un hombre que ni siquiera exponía la cara a la luz; un hombre que se mantenía distante de todos! Jimin se estremeció violentamente, sin embargo buscó reaccionar.

El bruto no iba a asustarlo.

Tampoco iba a huir.

La dignidad y el orgullo de los Park lo mantendrían de pie.

Un golpe repentino en la puerta interrumpió el curso de sus pensamientos.

Oh, Dios, la última cosa que quería en ese momento era ser obligado a oír los lamentos de Irene.

Precisaba concentrarse en mantener su propio control y no aguantaría tener que consolar a la nana también.

Pero no era Irene, sino el siempre presente Hoseok.

- Mi lord lo aguardan en la capilla - anunció Hoseok, con una expresión impenetrable en el rostro.

Jimin sintió un aprieto en el corazón, incapaz de creer que el tiempo había pasado tan rápidamente.

Su equipaje continuaba en el salón allá abajo, por lo tanto todavía usaba el mismo traje que se había puesto al despertar. Ni siquiera había conseguido un cepillo para arreglar sus cabellos. Por otro lado, nada de eso importaba.

Lo que ese brutal Caballero Rojo pensaba a su respecto no hacía la menor diferencia.

Inspirando profundamente, se levantó y acompañó a Hoseok como si estuviera marchando a su propia ejecución.

Los dos recorrieron algunos corredores estrechos hasta que finalmente habían llegado a la capilla.

El lugar estaba tan oscuro como el resto del castillo. Habiendo perdido la noción de las horas, Jimin no sabía si afuera ya había anochecido, porque con seguridad las sombras dentro de esas paredes no eran naturales, sino provocadas por un hombre.

Con el mentón erguido, caminó hacia el altar intentando no prestar atención a las pocas personas reunidas para asistir a la ceremonia. ¿Sería Irene en un rincón, haciendo la señal
de la cruz y lloriqueando? ¿Había oído a alguien murmurar las palabras blasfemia y adorador del diablo?

Reuniendo todas sus fuerzas, Jimin luchó para mantener la serenidad, porque a pesar de la
demostración exterior de coraje; no estaba inmune a los efectos de la atmósfera amenazadora del Barón Jeon. Las sombras perpetuas y el olor a moho y el silencio pesado, poco contribuyen para hacer de la capilla la casa de Dios.

También los rostros allí reunidos, en nada recordaban a las fisonomías alegres de los que acostumbran a asistir
a los casamientos.

Con mucha dificultad, evitó pensar en las palabras de Irene.

El hecho que el Caballero Rojo gustara de la oscuridad, no significaba que fuese un hechicero o algún tipo de criatura del mal.

Después de todo; ya había sido obligado a enfrentar cosas peores en la vida que un puñado de sombras.

꧁ᎬᏞ ᏟᎪᏴᎪᏞᏞᎬᎡϴ ᎡϴᎫϴ꧂ ꧁𝘬​ꪑ꧂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora