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Claro que Selene no se tomó muy bien mis palabras.

Nos llevó buen rato convencerla de que se pudiera bañar y por esa razón ella creía que la había insultado, lo cual no era cierto.

—Te aconsejo que te des prisa, está por caer la noche y te aseguro que no es muy bonito dar un paseo en plena oscuridad —le dije—. Por cierto, me llamo Wylan Athalar.

Selene hizo un gesto poco disimulado de evasión.

—Dímelo a mí, Wylan. ¿Qué crees que nos pase? ¿Nos podrá asaltar un lobo?

—Algo mucho peor que eso —contesté, arrugando la frente—. ¿Nos vamos ya?

Archer y Lawson, desde luego, se ofrecieron en llevar a Selene al lugar donde pudimos encontrar algo de alimento y suministro de agua.

Incluso Akos quiso venir también, pero le dije a Asael que lo vigilara, así que yo terminé por acompañarla, eran cuestiones de seguridad, nada más.

Le entregué el mapa a Asael, quien no estaba muy contento de que hiciera eso.

Me pidió que tuviera cuidado, como si nunca hubiera hecho eso.

Selene y yo emprendimos la marcha.

La casa, la que estaba menos destruida y descuidada de todas, se ubicaba a unos treinta metros de nuestro campamento, en un espacio despejado de árboles y maleza.

Las otras casas ya habían sido saqueadas, quemadas hasta los cimientos y las demás que lograron quedar en pie, no eran buena opción para esconder las provisiones.

Algo o alguien podría encontrarlas y no dudaría en llevárselas.

—¿Dónde están las demás personas? —preguntó Selene mientras avanzábamos.

—Es posible que huyeron… o murieron.

Selene resopló de impaciencia.

—Que novedad —contestó y se quedó callada.

Llegamos a la casa, sus paredes estaban completamente deteriorados. Varios tramos se caían a pedazos y la pintura blanca se mezclaba con la humedad, dejando marcas oscuras y verduzcas por todas partes.

Parte del techo se había caído y había derribado algunas habitaciones.

Afortunadamente pudimos encontrar un recipiente grande que aún guardaba agua en su interior, era poca, pero era la que habíamos estado usando durante estos días para bañarnos.

—¿Por qué no hay mujeres en tu grupo? —preguntó Selene repentinamente.

—¿Por qué la pregunta?

—Simple curiosidad, nada más. ¿Son machistas? —dijo Selene, su tono era de preocupación y molestia mezclados.

—¿Qué cosa?

—Actitudes que suelen tener los hombres con respecto a nosotras las mujeres. A veces nos ven débiles, como si no tuviéramos valor y otras cualidades que están a la altura de los demás.

—Claro que no, eso es totalmente falso —dije, al borde de la histeria.

—Apenas sabías lo que eso significaba, ¿verdad?

No me quedó de otra que fingir tranquilidad, aunque por dentro quería gritar y patear lo primero que se cruzara por mi camino.

—¿Dónde está tu familia? ¿Cómo han sobrevivido al caos? —preguntó de nuevo Selene.

—Ellos…. Ellos están bien —mentí.

De pronto el nombre de mi madre vino a mi mente, un destello de su rostro, casi hecho niebla por el tiempo que pasó desde la última vez que pensé en ella. Quizá hoy sería una mujer fuerte y dedicada en ayudar a los demás. De seguir viva, habría dado lo mejor de ella para ser una madre ejemplar.

El ritmo de la tormenta | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora