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—¿Selene? ¿Qué hace ella aquí? —pregunté sin dirigirme a nadie en particular.

Olvidé mi puesto de defensa y corrí hacia Selene.

Hice a un lado a varios brujos que se interponían en mi camino mientras me acercaba a ella, sin embargo, su reacción al verme fue de total miedo y preocupación, porque intentó escabullirse sin tener éxito.

Sus labios titubearon a medida que cortaba la distancia en nosotros.

—Selene, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no te quedaste en el campamento? —exigí saber, tomándola del brazo.

La aparté del resto de los humanos y la llevé a una parte del Palacio que estaba vacía.

—Wylan, necesito…

—¿Por qué no te quedaste? —repetí, muy enojado—. ¿Dejaste a Akos solo? ¡Se suponía que debía protegerlos! —exclamé.

—Akos está bien, no te preocupes —contestó Selene con suavidad, creyendo que eso me calmaría—, alguien lo está cuidando —repuso, viendo a los lados.

Resoplé, completamente indignado.

Selene era una mujer bastante extraña, porque aunque apenas llevaba conociéndola unos cuantos días, pareciera que fuese la persona más temeraria y segura que había visto en toda mi vida.

Y esperaba no equivocarme con ese pensamiento.

—¿Quién te obligó a venir? —le reclamé, arrugando la frente—. ¡Estar aquí es demasiado peligroso!

No estaba exagerando ni un poco, porque había visto lo crueles y despiadados que podían ser los Brujos Negros, y los Brujos Blancos podían ser todavía más crueles, pues harían lo que estuvieran en sus manos para detenernos.

Xander planeaba devolver el ataque y destruiría a todo aquel que se opusiera, incluidos a los humanos.

La tendría que mandar de regreso al campamento para que se quedara con Akos, por mucho que ella se resistiera, lo haría de cualquier modo.

—Vine porque quise, porque nadie me obligó y porque quiero ayudar —contestó Selene, poniendo sus brazos en jarras—. No está en mis planes quedarme de brazos cruzados mientras los demás se van de fiesta —dijo.

—¿Fiesta? ¿Tú crees que esto es una fiesta? —protesté, señalando su entorno.

Selene movió la cabeza y me hice a un lado, permitiendo que ella viera la destrucción del Palacio, dejé que viera los primeros cadáveres tendidos en el suelo, la sangre que ya había sido derramada y el horror que nos esperaba allá afuera.

Ella, con su expresión llena de fascinación, sonrió.

—Ni loca me perdería esta diversión —dijo.

—Selene, deja de decir tonterías, por favor —demandé, apretando los dientes por la frustración—. Mira, parece asombroso el mundo de la magia, pero no sabes la clase de personas que pretenden matarnos.

Selene encogió los hombros.

—Claro que lo sé, por eso estoy aquí.

—¿Qué?

—Wylan, quiero ayudar —insistió Selene.

—No, no lo harás —contesté, procurando sonar para nada enojado—. Abriré un portal y te mandaré de regreso al campamento.

Selene retrocedió varios pasos.

—No tienes derecho de hacer eso, Wylan —me dijo, negando con la cabeza—, haré esto bajo mi propia voluntad.

El ritmo de la tormenta | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora