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—¡Wylan! —exclamó Asael.

En cuestión de segundos mi entorno se transformó: podía sentir la energía alzarse como una bestia enardecida, las voces, el murmullo y los gritos inundaron mis oídos y me hicieron sentir desorientado.

—¡Wylan! —repitió Asael, desesperado.

Mi amigo no dudó en arrojarme al suelo.

Caí boca abajo con los brazos extendidos, mi rostro tocando la fría superficie del suelo. Si hubiese sido un juego divertido o parte de algún entrenamiento, me hubiera reído por su reacción y repetido otra vez hasta cansarme.

Pero, en este caso, lo hizo para salvarme la vida.

Un aura rojo salió disparada de las manos de Xander y pasó por encima de nosotros, dejando una estela de nube gris en el aire.

Dentro del Palacio la temperatura fue aumentando… se sentía caliente, pero no era un calor normal como el de una fogata, este era hoguera luego de que su magia brotara como un río rojo, incinerando la pared más cercana.

—¿Crees que no sé lo que has hecho? —gritó Xander.

Su poder volvió a arremeter.

Las enormes ventanas del Palacio emitieron un crujido antes de explotar, restos de los vidrios salieron disparados en todas direcciones y tintinearon en el suelo, rompiéndose en piezas más pequeñas y letales.

La onda expansiva de la explosión tuvo el impacto suficiente para derribarme de nuevo, empujándome con fuerza contra el suelo. De hecho, Asael, Ewan y sus aliados fuimos impulsados como patéticos muñecos de trapos.

Algunas antorchas se apagaron y cayeron de sus lugares, las otras restantes se mantenían seguras iluminando nuestro alrededor, escasamente.

—¿Crees que no sé por qué están aquí, Wylan? —Xander gritaba por encima del caos, de pie en el centro del Palacio—. ¿Crees que no sé qué pretenden hacer tú y Ewan?

Caí dando varias vueltas, mis piernas, mis brazos y mi espalda recibieron la fuerza del choque. Incluso cuerpo quedó tendido por encima de los cristales rotos de las ventanas punzando mi piel, mi carne.

Aturdido y desorientado, quise levantarme, apoyándome con ambas manos extendidas sobre los cristales. En ese momento, sentí como miles de agujas… o más bien, miles de trozos puntiagudos y afilados se incrustaban en mi piel.

El desgarre que llegué a sentir en mis brazos, que se extendió rápidamente hasta mi pecho y terminó en mi cerebro y en mi corazón, fue intenso. Nunca creí que sería así de horrible aquella sensación.

Apreté los dientes para no soltar un grito de dolor.

—¿Creíste que no sabía lo que le hiciste a Lawson? —gruñó Xander, se notaba el enojo en su voz.

Se acercó a mí y al ver que seguía tendido como un animal herido, aprovechó ese momento y me pateó en el estómago, en la columna… me pateó en todas las partes de mi cuerpo que estuvieran desprotegidas.

—Quiero que sientas lo que él sintió —masculló Xander.

Me seguía pateando, lo hizo una vez, luego dos y tres veces…

No se detenía, al contrario, estaba ganado más fuerza y el dolor estaba aumentando, una especie de calor me estaba consumiendo por dentro. Carcomiendo mis entrañas a una velocidad alarmante.

—Siempre fuiste un inútil —decía Xander en cada pisoteo—, no sirves para nada, Wylan.

Me estaba retorciendo en el suelo, haciéndome un ovillo, ocultando mi rostro con mi brazo y con el otro estaba protegiendo mi estómago, pero seguía tosiendo y escupiendo mi propia saliva mezclada con sangre.

El ritmo de la tormenta | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora