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Por esa razón no podía usar mi habilidad… no podía entablar de nuevo la conexión con Asael, pensé que era la misma habitación que me impedía emplear la magia, pero me había equivocado.

Ewan usó aquella mentira para persuadirme y entrar al Salón Perpetuo, porque una vez en su interior, no me daría cuenta que la Línea Ley sería destruida.

En realidad, allá afuera toda la energía estaba siendo borrada, eliminada hasta que no existiera un rastro por el cual podríamos aferrarnos.

—¿Por qué querría hacer algo así? —le pregunté—. ¡No tenías ningún derecho!

Me había vuelto en contra de Ewan, lo que cual no tenía sentido.

Ahora tenía dos enemigos delante de mí y quería deshacerme de los dos, por haberme usado de la peor forma.

—¡Prefiero vivir en un mundo sin magia y no en un mundo lleno de horrores! —se excusó Ewan, complemente enfurecido.

De pronto saló sobre Xander y comenzó a golpearlo, rodaron juntos sobre el suelo y aquella espesa baba regada por la habitación. Una vez encima, Xander recibía sin parar los golpes en la cara, en el pecho y en el estómago.

Xander no se detenía y respondía a los golpes.

Ewan se aferró a Xander del cuello y le gritaba en la cara.

Si aún pudieran usar la magia, la batalla hubiese sido distinta. Hubieran destruido la habitación con los primeros hechizos y eran capaz de romper el portal, porque los dos eran muy poderosos y sus fuerzas no eran disparejas.

Asael me tomó de los hombros y me apartó de la pelea bruscamente.

—¡Tenemos que irnos ya! ¡Este lugar quedará sepultado! —me avisó mi amigo.

Era cierto.

El techo se estaba agrietando más en cada estremecimiento y no tenía la menor idea de qué era lo que había encima, quizá más tierra o montones de piedra que nos aplastarían fácilmente como a un insecto.

—Mi madre… —me arrastré hacia ella, pero Asael me detuvo.

—No puedes hacer nada, está muerta —me dijo y fue como si me hubiese atravesado el pecho con la misma espada que sostuve hacía un momento.

—La tengo que sacar de aquí…

—No, Wylan. Tienes que dejarla.

Me aparté de Asael, estirando la mano con intenciones de alcanzarla, mis ojos estaban llenos de lágrimas y tenía el corazón encogido en mi pecho.

Mi madre, que creí por años que había muerto por mi padre, estaba justo en frente de mí, inmóvil, desnuda y con un bebé inocente en su vientre. Quería que ella se despertara y me dijera que todo estaba bien, que las cosas se arreglarían.

Quería que se pusiera de pie y me abrazara, así le pediría perdón por lo que había hecho.

Sé que no merecía nada de eso y por todo lo que tuvo que pasar, pero ella me dio la vida y ahora yo le había quitado el suyo, en medio de un arrebato de odio.

Asael lloraba conmigo.

—Está muerta, Wylan. Está muerta —me repetía Asael, su voz quebrada y rota por la desesperación.

Selene, que había permanecido en silencio, se acercó a mí y me abrazó.

Tembloso, le devolví el abrazo, colocando mi rostro en sus hombros para ocultar mi llanto.

—Lo siento, Wylan —susurró Selene, escuché que ella estaba sollozando, no entendía muy bien por qué, aunque no quise preguntarle.

—Tenemos que irnos ya —insistió Asael.

El ritmo de la tormenta | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora