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—¡Ramsey! —grité, pero mi voz se rompió en el aire.

La mirada de sorpresa y horror de Asael, Korben y Archer me comprimió el estómago.

Selene se quedó en silencio.

Nadie se atrevió a moverse por lo que había sucedido.

Giré la cabeza y observé como la pared de fuego perdía fuerza, se estaba debilitando y el fondo se veía las siluetas aún borrosas de los Brujos Negros que nos miraban.

Uno de ellos hizo un movimiento con las manos y un viento repentino abrió una zanja entre las llamas, donde avanzó con la intención de acercarse a mí.

—Esto no tenía que pasar, Wylan —dijo, mientras se detenía—. Pero tú no nos diste otra opción.

Alzó la mirada para vernos a todos.

—No tiene que haber muertes, solo si accedes a venir con nosotros —repuso el brujo.

—¡Ni en sueños! —exclamó Asael.

—¡Tendrás que matarnos primero! —gritó Archer, completamente enloquecido.

El brujo soltó una carcajada.

—Eso será fácil —contestó y atacó.

Asael, Archer y Korben también atacaron.

La batalla se había reanudado.

Aparté de mi mente los gritos, el ruido metálico de las armas chocar entre sí, el sonido de los cuerpos que caían en el suelo, el murmullo de los huesos romperse y los hechizos que rebotaban por todas partes.

Caí de rodillas y me arrastré hacia el cuerpo sin vida de Ramsey.

Bajo la mirada perpleja de Lawson y Selene, traté de despertarlo. Lo movía con suavidad, acaricié sus mejillas aún cálidas, toqué su pecho quieto, pero no logré que reaccionara ni tampoco pude hacer que abriera los ojos.

Se había ido.

Ramsey, que seguía con la expresión relajada, se había ido.

Todos los brujos nos consideramos como hermanos, algunos más cercanos que otros.

De cualquier manera nuestra obligación siempre consistía en cuidar del otro, protegernos tanto como podíamos.

Y no lo había hecho con él.

Lo había defraudado.

Un recuerdo llegó a mi mente en ese momento, la vez que Asael y yo discutimos porque yo estaba perdiendo la motivación para seguir entrenando. Estaba cansado, Asael insistía en que no me rindiera, pero yo ya no quería.

Abandoné la Sala de Entrenamiento y me dirigí a mi habitación, Asael iba detrás de mí y me entregó una botella, me había dicho que era una infusión de hierbas que me calmarían.

Aparté la botella de un solo golpe y esta cayó en un ruido estruendoso y se quebró, esparciendo líquido y cristales rotos por todas partes.

La expresión de Asael estaba relajada y no mostraba ninguna emoción, así como lo estaba Ramsey en ese instante, y finalmente Asael se marchó sin decirme palabra.

Pasé un buen rato limpiando el desastre.

Tuve que limpiar lo más profundo posible mi habitación: debajo de mi cama, en el pequeño estante que estaba al lado de la misma, moví la mesita y limpié por los lados de unas macetas en busca de los restos de la botella que podrían lastimar a alguien.

Después de acabar, me había lavado las manos.

Pero no me sentía tranquilo, me odiaba a mí mismo porque el daño estaba hecho.

El ritmo de la tormenta | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora