Brooklyn
Estoy nerviosa.
No sé cuánto tiempo llevo con la cara pegada a la ventana de mi habitación sin moverme. Tengo los ojos fijos en la entrada de mi casa, esperando.
Me está temblando tanto la pierna izquierda que el vestido se me ha subido por encima del muslo.
¿Dónde están?
Ya casi es medianoche y todavía no he visto salir a nadie.
Se supone que iban a quedar todos en la entrada a las doce en punto. Al menos eso escuché que le decía Mateo a Ray cuando fueron a por agua durante su descanso.
No me siento muy orgullosa de haberme tenido que esconder en el armario de productos de limpieza de la cocina para espiarlos, pero no es algo que piense parar a cuestionarme ahora mismo. Ya está hecho.
Veo la diminuta figura de Emma bajar las escaleritas de la puerta acompañada de Tabatha y esa es mi señal para levantarme disparada.
Antes de salir, cojo mi bolso de fiesta y me echo un último vistazo al espejo.
He tardado horas en escoger que ponerme, pero no estoy decepcionada con mi elección: Llevo puesto un mini vestido blanco que hace contraste con mi piel morena. Recuerdo habérmelo probado en una tienda de segunda mano el verano pasado y haberme quedado prendada de la forma en la que se ajusta a cada una de las zonas de mi cuerpo.
Hace que mi pecho se vea más grande de lo que realmente es y me aprieta el trasero. Pensaba que querría disimular el efecto con unos tacones rojos y unos aros plateados enormes, pero en el fondo eso es lo último que busco.
Me he maquillado para resaltar el color miel de mis ojos y he dejado que mi melena negra recién lavada, caiga larga y desenfadada por mis hombros. Huele a champú de jazmín.
Lo ideal para volver loco a cualquiera.
Y con un poquito de suerte también a Oliver Wolf.
Salgo de mi habitación con mucho cuidado de no hacer ruido. Lo único que ilumina la planta superior son unas lámparas pequeñas que están pegadas a la pared y que con suerte te dejan ver el camino hacia abajo, pero no me quejo.
Lo último que quiero es que mi padre se levante y me vea intentando salir a hurtadillas como cuando tenía 17 años.
Recuerdo que a esa edad me escapaba a todas horas de casa. De vez en cuando mi padre fingía no darse cuenta —seguramente influenciado por Blue—, pero casi siempre me pillaba y me castigaba haciéndome estudiar durante horas.
Probablemente conseguí entrar a la carrera de enfermería gracias a eso.
Bajo las escaleras lo más rápido que puedo y cuando estoy a punto de llegar a la puerta, unos brazos me rodean la cintura por detrás con fuerza y me alzan del suelo en un movimiento que me saca el aire.
Ahogo un grito cuando me giran y mi espalda choca contra la pared.
Reconozco esos ojos grises al instante.
—¿Por qué no me sorprende? —gruñe Dylan en mi dirección y me llevo una mano al pecho como un acto reflejo.
—Joder, me has dado un susto de muerte.
Me ignora.
—¿Dónde te crees que vas?
Le sale humo por las orejas.
Tiene el brazo apoyado en la pared, por encima de mi cabeza. Y parece un puto perro de caza con la mandíbula apretada y la mirada oscura. Me tiene rodeada como una delincuente, sin salida.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomanceLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...