Brooklyn
—Habéis hecho un gran trabajo, chicas —Nos felicita la concejala. Su mirada entusiasmada va de aquí para allá como la de una niña en una tienda de caramelos—. Siento no haber podido ayudaros más. He estado muy liada en el ayuntamiento.
—No se preocupe, señora Miller —Makeila sonríe—, para eso está precisamente el comité.
La concejala se queda tan absorta mirando la noria que hay a lo lejos, que ni siquiera sé da cuenta de que un niño la señala con su piruleta, mientras su madre le insiste para que siga caminando.
—Voy a pasarme por los puestos a felicitar al resto —dice y al fin se gira para dedicarnos un segundo de su atención—. ¿Creéis que podréis encargaros solas de esta zona?
—Está todo controlado —responde Makeila antes que yo.
La concejala nos dedica una sonrisa que muestra su dentadura perfecta y después se aleja en dirección a los puestos. No es hasta que vemos desaparecer su pequeña figura entre el gentío, que dejamos de mirarla.
—Muy bien —Makeila junta las manos y se gira hacia mí—. ¿Te quedas tú más cerca de la entrada y te aseguras de que todo vaya bien? —Asiento—. Yo voy a ver si me paso por el puesto de Oliver a tratar de calmar a la gente y regalarles esos tickets de comida.
—Sí, es mejor que hagas eso...
Cuando llegamos hace una hora, una adolescente nos tiró una lata mientras colgábamos un cártel de «puesto cancelado».
Seguridad la sacó, pero estábamos segura de que esa solo sería la primera lata de muchas, así que al final decidimos regalar a los que nos preguntaran por Oliver, tickets de comida canjeables en el puesto de perritos calientes, el puesto de nikuman de las señoras y el de palomitas dulces.
—Tú no te preocupes por mí, vete a solucionar eso —le digo a Makeila y ella coloca momentáneamente su mano sobre mi brazo para darme las gracias en silencio.
El gesto ya no se me hace tan extraño como se me habría hecho hace unos días, pero aun así no puedo evitar removerme incómoda.
Makeila arruga la cara.
—Lo siento, es la costumbre —confieso y ella niega con la cabeza, pero no dice nada.
Echa un vistazo alrededor y para a uno de los de seguridad, que se mueven por el lugar en carritos de golf, y le pregunta si puede llevarla al otro lado de los puestos. Pongo los ojos en blanco cuando el hombre le pega un repaso antes de hacerle hueco a su lado.
Makeila se despide de mí con la mano y desaparece con lo que espero que no sea un degenerado.
Suspiro.
Muy bien.
La zona de la entrada no suele ser en la que más gente se acumula, así que no debería tener problemas para mantenerla bajo control. Después de todo, los puestos de comida, de música y la noria, todos están al final. Incluso el que iba a ser el puesto de Oliver está al final.
Todos los puestos en los que me encantaba hacer guardia cuando iba al instituto.
Cerca del principio suelen quedarse los padres con sus hijos, los coleccionistas de figuritas raras y los aficionados a los jueguecitos, que están en un intermedio.
La oscuridad de la noche es mi única enemiga ahora mismo.
O al menos eso espero.
—¡Brook!
Giro la cabeza al escuchar mi nombre.
A lo lejos veo a Tabatha saludarme con la mano mientras se baja de la parte trasera de una moto que reconozco al instante.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomanceLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...