Brooklyn
Me siento rara.
No sé cómo explicarlo, pero de repente mi casa no parece mi casa: hay decenas de camareros moviéndose a toda velocidad de una habitación a otra. Van cargados con bandejas de cócteles y aperitivos para un puñado de gente que no había visto en mi vida.
Algunas caras se me hacen conocidas, pero la mayoría son totalmente nuevas para mí. Han llegado de un momento a otro, esparciendo un aura de dinero y poder muy diferente a la que estoy acostumbrada.
Da la sensación de que no puedes tocarles o mirarles siquiera. Hay hombres que parecen sacados de una puta película de mafiosos y mujeres tan elegantes y perfectas que ni siquiera estoy segura de que sean reales. Veo hasta a niños con rostros de portada de revista de moda infantil. Es escalofriante... por no decir otra cosa.
Intento no desentonar, pero soy la única que está de pie junto a la barra improvisada que han montado en el salón del ala trasera, dándole la espalda a la fiesta.
He recibido alguna que otra mirada furtiva de un par de invitados. Supongo que me reconocen como la hija de Nil Davis y esperan que socialice con ellos, y lo haré —por mi padre, al menos—, pero primero necesito relajarme un poco.
—¿Me pones una copa de vino blanco, por favor? —le pido al camarero que está limpiando unos vasos frente a mí.
—Claro, enseguida.
Sonríe y yo hago lo mismo.
—Gracias.
Cuando se aleja para preparármela, aprovecho para girar un poco la cabeza disimuladamente. Dylan se encuentra unos metros más allá —junto a las puertas de cristal que dan al jardín— y está hablando con Lewis.
Parece muy concentrado en su conversación, pero sé que sigue atento a cada movimiento que hago. Cuando yo me muevo, él se mueve y joder, juro por lo que más quiera que, aunque no me esté mirando, siento sus malditos ojos grises agujerar cada parte de mí.
Toda su maldita presencia en la sala hace que mi cuerpo tiemble y se confunda. Sé que es su trabajo vigilarme, pero me pone demasiado la idea de que pueda estar atento a mí por voluntad propia.
Me pone que finja que no le intereso.
Y me pregunto en qué punto de la noche voy a querer jugar con su paciencia.
—Brooklyn —Una voz que reconozco me llama desde la distancia, así que aparto la vista de Dylan. La concejala Miller viene hacia mí con su habitual sonrisa radiante, mientras la sigue la última persona a la que me apetecía ver hoy.
Makeila.
Va vestida con un espectacular vestido de cóctel rojo que resalta su pecho y se aprieta en los sitios adecuados como para marcar su figura. Su pelo rubio y ondulado se mueve con soltura sobre sus hombros y la hace parecer incluso más inalcanzable que de costumbre.
Ella finge no darse cuenta, pero sabe tan bien como yo que tiene a la mitad de la sala embobada.
No sabía que mi padre la hubiera invitado a ella o a la concejala. Aunque es evidente que están entre el tipo de personas ricas que mi padre incluiría en su lista de contactos.
Le acepto la bebida al camarero justo en el instante en el que tengo a ambas mujeres a tan solo un par de centímetros de mí.
Sonrío, pero solo por la concejala Miller.
—Señora Miller, me alegro de verla —Le doy un abrazo rápido que ella me devuelve y vuelvo a colocarme en mi sitio—. Makeila.
Ni siquiera trato de aparentar que no me molesta su presencia. Y ella hace lo mismo, porque el único saludo que recibo de su parte es una mueca.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomanceLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...