Brooklyn
Da dos pasos y nos mete en la habitación. Forcejeo contra su pecho, pero no sirve de nada. Me tiene completamente sujeta.
Al menos hasta que cierra la puerta con el pie y la bloquea con su cuerpo. Solo ahí me deja caer como si fuera un saco de patatas.
Me giro hacia él con las manos apretadas en dos puños.
—¿Se puede saber qué coño quieres de mí?
—Que me digas qué es eso tan importante que tienes que hacer.
—Ya te he dicho que no te importa.
Se queda en silencio un segundo en el que sus ojos me escanean de arriba abajo. Tengo el impulso de ponerme recta, pero no lo hago. No puedo dejar que me intimide solo con una mirada.
—Está bien —Apoya su atlético cuerpo contra la puerta, cubriéndola por completo—. Yo tengo todo el día, caramelito, es a ti a la que deben estar esperando.
Respiro.
Respiro porque si no lo hago probablemente lo mate.
Respiro muy hondo y empujo el interior de mi mejilla derecha con la lengua en un intento pobre de calmar mis nervios.
—No puedes encerrarme aquí —digo entre dientes.
—Pruébame.
Uno...
Dos...
Me cago en su vida.
—Eres un imbécil.
—Prueba otra vez.
No puede ser.
—A la mierda.
Acerco mis manos a la manecilla de la puerta en un penoso intento de abrirla. Evidentemente no consigo mover a Dylan, pero sí molestarlo lo suficiente como para que quiera que me aparte.
Siento mariposas en el estómago cuando pone sus manos sobre las mías.
Forcejeamos y acabamos envueltos en una especie de batalla silenciosa. Trato de empujarlo hacia un lado, pero no se deja. Me atrae hacia él por las muñecas y encierra mis manos.
—Déjame salir, ¿qué te pasa?
—No hasta que me digas dónde vas.
—No seas pesado.
Muevo las muñecas para escaparme de su agarre, pero él es más rápido que yo. Ni siquiera lo veo venir. Me suelta un segundo y soy incapaz de moverme.
Lo veo buscar algo en el bolsillo de sus shorts y lo siguiente que sé es que hay unas esposas rodeando mi muñeca y la de Dylan.
¿Qué cojones?
Necesito un momento para procesarlo. Solo uno antes de levantar la cabeza y mirar a Dylan. Los ojos se me van a salir de las cuencas.
—¿Acabas de esposarme?
—De esposarnos —me corrige.
Pestañeo varias veces.
—¿Se te ha ido la pinza? —Esto es increíble—. ¡Quítame esta cosa ahora mismo!
Muevo la mano en un intento desesperado de que me haga caso, pero evidentemente me ignora.
El imbécil acaba de sacar unas esposas y esposarme a él como si esto fuera una puta película barata de domingo.
Y le da igual.
Le da jodidamente igual.
Voy a perder la cabeza.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomanceLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...