Capítulo 30

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Brooklyn

Tengo el cerebro apagado.

Noto el tacto de las manos de Dylan contra mis muslos y mi espalda, pero no lo proceso.

Solo quiero acurrucarme contra su pecho y dejar que su adictivo olor a limpio inunde mis fosas nasales y borre cualquier pensamiento intrusivo que me invada.

Estoy temblando.

Cada maldito hueso de mi cuerpo está temblando.

Por suerte, reconozco la calle por encima del hombro de Dylan. Está subiendo las escaleras hasta mi porche, lo que significa que estamos en casa.

Aunque eso no me produzca la paz que espero.

—Ya estamos en casa —dice en un tono suave.

Hace el amago de dejarme en el suelo y yo automáticamente me aferro a su cuello con fuerza.

Dylan suelta una risa que hace que le vibre el pecho.

—¿Cómo quieres que abra la puerta contigo encima?

No digo nada, tan solo escondo más mi cara entre sus bíceps y dejo que sea él el que pille la indirecta. La simple idea de soltarlo ahora me provoca escalofríos.

Dylan vuelve a dejar escapar una carcajada, pero no me obliga hacer nada que no quiera. Todo lo contrario, nos pega a la puerta para alcanzar el pomo con sus manos y se las arregla para abrirla incluso conmigo encima. Una vez dentro de casa, cierra de un empujón.

La luz de las farolas que entra por la ventana es lo único que ilumina el recibidor ahora, dejando a merced de la oscuridad los huecos más alejados. Me acurruco aún más contra Dylan.

—Eres un bebé —Se burla, pero sé que él también está nervioso; puedo escuchar el sonido descontrolado de su corazón vibrar en mi oreja.

No contesto.

Solo disfruto de sentirme segura a su lado. Al menos hasta que sube por las escaleras, entra en mi habitación y me obliga a sentarme en la cama, lejos del calor de su cuerpo.

Enseguida tengo ganas de llorar.

Todo se viene a mi mente en forma de flashback. Yo contra el frío y la soledad del descampado, contra unas manos enormes que me aplastan la cara antes de tirarme al suelo. Yo sola contra la incertidumbre y el terror de lo desconocido.

Por instinto agacho la cabeza para ocultar mi cara entre los mechones negros de mi pelo. No me he visto, pero estoy segura de que debo de estar horrible. Me duelen las mejillas y el cuello y la frente... en cada uno de esos sitios noto el palpitar de los moretones.

Dylan se agacha frente a mí para que sus ojos grises queden a la altura de los míos.

—Déjame ver.

Intenta sujetarme de la barbilla para alzarme la cara y, aunque me resisto un poco, al final lo dejo. La oscuridad de su expresión se acrecienta en cuanto consigue verme bien.

Sus ojos van de un lado a otro, analizando con cuidado cada uno de los hematomas de mi rostro. Tiene la mandíbula tan apretada que duele.

—Dime cómo puedo curarte —susurra mientras sus dedos acarician con cuidado la zona que une mi mejilla con mi barbilla. El simple contacto me pone la carne de gallina—. ¿Crees que puedes hacer eso?

Trago saliva y asiento.

Dylan me suelta la cara para levantarse y dirigirse al baño. Le cojo de la mano antes de que pueda alejarse mucho. Se queda un segundo quieto para mirarme y enseguida comprende lo que ocurre.

A un roce de lo prohibido © #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora