Brooklyn
Trago saliva.
La temperatura ha debido de descender por lo menos diez grados en menos de tres segundos.
Ya no siento como me arde la piel y la cabeza no me da tantas vueltas como antes. Es como si el alcohol hubiera salido de mi sistema de golpe. De repente, soy muy consciente de mi alrededor.
Tanto como para percibir la mirada de desprecio que le lanza Dylan al grandullón.
Su mano sigue sobre su muñeca, ejerciendo quizás más presión que la que está ejerciendo el grandullón sobre mí. Lo sé porque veo los huesos de Dylan marcarse a través de su piel. La muñeca de mi agresor ahora la tiñe un tono lila francamente preocupante.
—Tienes cinco segundos para dejar de tocarla —La voz de Dylan suena baja y serena, tal vez demasiado.
El grandullón lo mira, pero no hace ningún amago de soltarme el brazo.
Todo lo contrario, su agarre parece apretarse más a medida que endurece su expresión. Tengo que respirar hondo para no soltar un gemido de dolor.
—¿Y tú quién coño eres?
Dylan bufa.
Es un bufido simple, como si estuviera aburrido.
Y a continuación mete la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y saca su placa del FBI. El grandullón aparta su mano de mí de inmediato.
Joder.
Me sujeto el brazo para amortiguar el dolor repentino. No quiero mirarlo porque me da miedo encontrar la marca de unos dedos grasientos sobre mi piel.
Pero Dylan no siente reparo.
La oscuridad de sus ojos analiza la zona como si se tratara de la escena de un crimen. Hasta se le endurecen los huesos de la cara. Lo que ve no le gusta una mierda.
—¿Sabes cuánto puede caerte por la marca que le has dejado?
El grandullón intercala la vista entre mi brazo y Dylan y traga saliva. Es evidente que ya no está tan enfadado como antes. Su expresión ha pasado de dar miedo a dar pena.
—Yo... lo siento, no sabía que la estaba apretando tan fuerte.
—Me importa una mierda —escupe y la voz de Dylan suena tan fuerte que no puedo evitar saltar en el sitio—. Dame tu documento de identidad.
Abro los ojos.
¿De verdad piensa cascarle una denuncia solo por haberme agarrado del brazo?
Quiero decir algo, detenerlo, pero el grandullón niega con la cabeza muy rápido y de forma seguida. No parece agradarle la idea de entregar su documento de identidad —si es que tiene uno— porque se ha puesto blanco como un papel.
—Ni hablar, yo... No ha sido nada, está bien.
Dylan arruga el ceño.
No entiende la reacción de mi agresor y francamente yo tampoco.
—¿Me estás vacilando? Ahora sí que quiero ver tu puto documento de identidad.
—No me molestes, tío —Habla muy rápido, atropellado, mientras mira a su alrededor en busca de algo o alguien—. No voy a dártelo, ya está.
Ni siquiera espera a la siguiente frase de Dylan.
Comienza a caminar en dirección a la salida como si no acabara de desobedecer a un puto agente del FBI.
¿Qué cojones?
Dylan no parece enfadado. Ni alterado. De hecho, mira quieto como el grandullón se aleja y sale a la calle. Está muy calmado, tanto que me provoca escalofríos.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomantikLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...