Dylan
Le pego un trago al whisky que tengo en la mano y al instante me limpio la boca.
Sabe a mierda.
Pero entretenerme con eso es mejor que partirle la cara a alguien. Y joder si tengo ganas ahora mismo.
Estoy sentado en un taburete cerca de la mesa de billar.
Makeila y el pringado que ha escogido para que se una a nuestro equipo están comentando algo de la partida, pero no les estoy haciendo ni puto caso.
No puedo. No cuando tengo al caramelito a tan solo un metro de mí, tonteando con el británico de los cojones.
O más bien él tontea con ella: la ayuda a agarrar el palo —como si fuera imbécil— y aprovecha para tocarle el brazo, inclina su cuerpo en su dirección y apenas corre el puto aire entre los dos.
Sonríen, se ríen y se rozan.
Es una puta tortura solo mirarlos y no lo entiendo muy bien. Lo único que sé es que alguien va a salir de aquí con la cara echa un puto cuadro.
Le pego otro trago al vaso de whisky.
Voy a necesitar la botella.
—Esos dos están a una bola más de montárselo encima de la mesa —Escucho que dice el imbécil que hay a mi lado mirando en la misma dirección que yo.
Ha estado observando nuestra partida desde que comenzó.
Es amigo del otro imbécil que juega con nosotros.
No los aguanto.
—Desaparece —farfullo sin mirarlo y no necesito decir más para que al menos se aleje un par de metros de mí.
Es lo mejor que ha podido hacer, porque tengo tanta puta rabia acumulada que al final la voy a soltar contra el primer gilipollas que me toque los huevos.
—Dylan, te toca —dice la rubia acercándose a mí con una sonrisa.
Normalmente se la devolvería.
Así que cuando la ignoro y me levanto, no me extraña que se quede un poco descolocada.
Quiero acabar con esto de una puta vez y pirarme.
Dejo el vaso de whisky a un lado y le quito el taco al imbécil que juega con nosotros. Este también se aparta de mi camino. No me sorprendería que hasta las putas bolas de billar se alejaran de mí. Me tiembla la mandíbula cuando me inclino sobre la mesa, solo tengo ganas de verlas impactar contra cada uno de los rincones sin piedad.
Y eso hago.
No es el mejor tiro de mi vida.
Pero satisface un poco mi repentina sed de sangre.
—¿Te encuentras bien? —Makeila se acerca a mí con cuidado. Como un animalito indefenso ante un león.
Dirijo mis ojos de nuevo hacia Brooklyn.
Ni siquiera me ha visto jugar. Está demasiado ocupada riéndose de las estupideces que suelta el británico por la boca.
Aprieto los puños.
Joder, ¿qué me pasa?
—No —contesto seco y vuelvo la vista a Makeila. Tengo que reconocer que está buenísima y eso a veces me deja tonto, pero por alguna razón nunca consigo centrar mi atención en ella demasiado tiempo—. ¿Te apetece fumarte algo conmigo?
No fumo.
Y no me apetece hacerlo con Makeila.
Pero tal vez es lo que necesito para que mi cabeza vuelva a funcionar de una puta vez.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomanceLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...