Brooklyn
No es la primera vez que tengo a Dylan tan cerca.
Ya lo había tenido a centímetros de mí la primera vez que lo vi. Y hace dos días cuando estábamos en casa de la señora Miller.
Su aura oscura siempre se encarga de dejarme inmóvil.
Pero esta vez hay algo diferente. No sabría decir exactamente qué, solo sé que me cuesta mucho más respirar.
Es como si me hubiera vuelto más consciente del contacto de su piel contra la mía. Noto cada uno de sus dedos hacer presión en mi cintura, una presión suave y firme a la que no estoy acostumbrada.
Apenas puedo concentrarme en otra cosa que no sea él. Ni siquiera le presto atención al ritmo descontrolado de mi respiración.
¿Qué hace aquí?
¿Y por qué parece enfadado conmigo?
Llevo todo el día esquivándolo precisamente para evitar esa mirada fría y cargada de odio con la que me está observando justo ahora.
—¿Y bien? —ladra en un tono demasiado fuerte para mi gusto.
De repente, el cabreo de como ha hablado antes vuelve a hundir mis nervios en lo más hondo de mi pecho.
—Yo no sé usar un arma —miento.
Y lo miro.
Me aseguro de que note en mis ojos que me estoy burlando de él.
Porque lo estoy haciendo.
Aprieta la mandíbula tan fuerte que se le marcan los músculos de la cara.
—Mal, ¿quién te ha enseñado? ¿Es lo único que sabes hacer?—No abro la boca y eso lo cabrea más. Lo sé.
Porque se queda un segundo en silencio.
Mirándome.
Y veo en sus ojos grises un mar de oscuridad y aversión que debería ponerme los pelos de punta.
Pero no lo hace.
Lo que me altera realmente es que se agache para ponerse a mi altura y acerque tanto su rostro al mío que tenga que tirar mi cabeza hacia atrás para poder seguir mirándolo a los ojos.
Si no fuera porque me tiene sujeta por la cintura, probablemente el temblor repentino de mis piernas, me haría colapsar.
Eso o su fascinante olor a jabón, que se pega a mí como una segunda piel.
Mueve su cabeza justo hacia el hueco que hay entre mi cuello y mi hombro y yo apenas puedo moverme. Su aliento me hace cosquillas en la oreja cuando murmura en un tono bajo:
—¿Cuántas ilegalidades ha cometido realmente la hijita mimada de Nil Davis?
No puedo hacer esto.
Voy a colapsar. Si sigo teniéndolo tan cerca voy a colapsar.
No sé de dónde saco la fuerza, pero me aparto de él. O al menos lo intento, pero él me sujeta por el brazo antes de que pueda alejarme demasiado.
—No pienso dejar que te vayas hasta que respondas al menos una de mis preguntas.
Tiro de mi brazo para liberarlo.
Me queman los ojos de la rabia y la impotencia que siento ahora mismo.
—¿Por qué esta repentina obsesión conmigo, eh? ¿No tienes nada mejor que hacer?
—No, ahora tú eres lo que tengo que hacer para desgracia de ambos —Su expresión se mantiene impasible—. Responde.
El corazón me va a mil por hora.
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A un roce de lo prohibido © #PGP2024
RomansLimitada por la ley. Así es exactamente como siempre se ha sentido Brooklyn Davis. Con su padre siendo uno de los agentes más importantes del FBI desde que puede recordar, Brooklyn ha crecido rodeada de normas. No pueden verla saltarse un semáforo...