Capítulo 3

87 15 111
                                    

Una hora más tarde, el Capitolio aparece a la vista. Zeke está posado en las ventanas, boquiabierto ante los edificios gigantes. No puedo evitar echarles un ojo también: edificios enormes, demasiado complicados con una arquitectura imposible.

Inmediatamente mi odio hacia estas personas crece. ¿Cómo puede vivir el Capitolio en edificios tan lujosos e innecesariamente grandes mientras hay bebés y niños que tienen que acurrucarse bajo los árboles? ¿O en jodidas zanjas?

El tren frena para avanzar por las calles. Zeke se mantiene junto a la ventana, saludando a la gente del Capitolio que ha venido a mirar. — Se supone que debemos hacer que les agrademos. –Dice cuando nota como lo estoy mirando.

No me importa. No quiero agradarles a un montón de perras remilgadas: soy un jodido peón en su maldito juego. Me van a ver morir con jodida alegría.

No. No es necesario que les guste o agrade. Me resigno en una de las sillas, mirando las ventanas.

Lo que sucede a continuación es probablemente la parte más dolorosa de toda la experiencia hasta el momento.

Me conducen a un edificio gigantesco, me llevan a un ascensor ridículamente grande y luego me entregan a un grupo de tres personas con el maquillaje más extraño que jamás haya visto y que se supone que es mi equipo de preparación. Se ríen de mi, arrullando lo adorable que soy y cómo me van a "hacer más bonita".

Luego proceden a quitarme cada maldito vello de mi cuerpo, y al mismo tiempo es lo más doloroso y humillante que jamás haya experimentado. Estoy reducida a absolutamente nada, y no importa cuánto intente enroscarme en mi misma y salvar la poca dignidad que pueda, manos gentiles se aferran a mis brazos y piernas, con voces sedosas que arrullan. — Está bien, querida, solo un poco más, vamos ahora. La belleza cuesta amor.

Una vez que me han despojado por completo del vello corporal (y de mi dignidad), los tres mocosos parlanchines del Capitolio se van y me dicen que me acueste allí y espere a que aparezca mi estilista, quienquiera que sea. Pixis mencionó a un estilista de alto perfil que pidió trabajar conmigo específicamente, y la idea de eso me pone nerviosa.

Me envuelvo en la fina bata que me han proporcionado, sabiendo que vale tanto o incluso más de lo que ganaría en un año de caza, y espero a que aparezca.

En el Distrito 12 luzco igual todos los malditos años: traje de minera del carbón. No tengo absolutamente ningún plan para entretenerme con el enfoque "Amistoso y entusiasta": estoy preparada para abrirme camino a través de todo este desfile. No me puedo imaginar que este estilista, sea quien sea, me vaya a dar algo por lo que emocionarme. 

Aunque tengo qué... ¿seis o siete días hasta los juegos? Así que tengo una semana de inmunidad. Una semana para hacer lo que quiera para cabrear al Capitolio.

— Con moderación. –Murmuro para mi misma, pensando en mi conversación con Pixis esta mañana. Sobre todo mi maldito potencial y toda esa mierda.

Hay un golpe, y la puerta al otro lado de la habitación se abre de golpe. Me pongo rígida, inmediatamente en alerta máxima.

Alguien del Capitolio entra en la habitación. Pensaba que todos los compinches del Capitolio, especialmente los estilistas, se verían todos iguales, con pelucas y atuendos ridículos, además de un maquillaje dolorosamente elaborado. 

Mi estilista en cambio tiene cabello castaño liso, nada de malo ni raro, simplemente no es lo que esperaba de una estilista del Capitolio, recogido en una cola de caballo, usa pantalones lisos y una camisa con una chaqueta marrón suelta.

Es... extraña. Lleva puesto anteojos caros; algunas personas en el Distrito 12 los tienen, como Zeke, pero son de mala calidad y se rompen fácilmente. Nadie en el Distrito 12 podría permitirse una mejor calidad, excepto aquellos con una forma real de estatus, y nadie en el Capitolio los usa, bueno he escuchado algo sobre lentes correctivos o algo así.

Arcade Donde viven las historias. Descúbrelo ahora