Capítulo 8

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Un doce.

Obtuve un maldito puto doce.

Nadie obtiene un doce. Creo que tal vez he visto a una persona en toda mi vida obtener un doce, fue un chico del Distrito 1 que tenía la constitución de un buey y podía manejar una espada como si hubiera nacido blandiendo una.

Pero él no ganó, fue asesinado por un niño más joven que preparó perfectamente una trampa eléctrica que lo mato. Un doce no garantiza la victoria: es simplemente una cuestión de probabilidades.

Realmente no hice nada en los últimos tres días que gritara "Voy a aplastar a todos aquí". La única razón por la que creo que obtuve ese doce es porque el Capitolio me quiere muerta, y los creadores del juego creen que esta es la forma más fácil de hacerlo. Convirtiéndome en el objetivo más grande.

¿Me asusta? Si un poco.

¿Pero significa que tengo la atención del Capitolio? Sí, jodidamente lo hace. 

Me están mirando y me quieren muerta. Oh, cómo me hace querer reír, se sienten amenazados por mi.

Por mi, por Eliane Everdeen. 

Está bien, tal vez no, pero se sienten lo suficientemente amenazados como para intentar acelerar mi muerte. Dar a algunos de los otros tributos un incentivo para matarme.

Brillante. Absolutamente brillante.

Bueno, tanto por tratar de ganar. Eso va a estar fuera de discusión. Lo único que queda entre ahora y los juegos es la entrevista.

Hmm. ¿Cómo puedo joder la entrevista tanto como sea posible? ¿Qué clase de mierda puedo decir? ¿Debería iniciar con un: "Hola, mis padres están muertos y es culpa del Capitolio?" Eso podría ser divertido.

— ¡Está bien, hola! –Levanto la vista de mi cuaderno, mientras mi escolta de distrito entra bailando el vals en la bonita y antes tranquila sala de estar. —¡Hora de algo de nuestra preparación para la entrevista!

Frunzo el ceño. — Te dije que no quería preparación para la entrevista.

— Bueno, ciertamente tienes una gran necesidad. –Dice con un resoplido, sentándose en el asiento frente a mi. 

— Ya tengo planes para el día. –Digo, lo cual es una mentira total, hoy es un día de descanso entre el entrenamiento y las entrevistas. No tengo nada. Pero iba a pasar el día, uno de mis últimos días con vida probablemente, holgazaneando y disfrutando del sol. O algo por el estilo. — Estoy bien.

Mi escolta de distrito se ríe. — ¡Tonterías! Lo hiciste muy bien: causaste un gran revuelo en el desfile, obtuviste un puntaje de entrenamiento brillante. ¡Todo lo que queda es tu entrevista para consolidar tu lugar en los corazones de todos!

— No, estoy bien. Gracias... –Menciono y vuelvo la vista a mi cuaderno para poder escribir.

— Está bien. Bueno, comencemos con cómo se supone que debes sentarte. Como una dama. –Insiste. — Cruza las piernas, así.

Zafiro dobla una pierna sobre la otra, luego coloca ambas manos sobre su rodilla, sonriendo con delicadeza.

Decido fastidiarla un poco, por lo cual cierro mi cuaderno y me encorvo en mi silla, dejando un poco abiertas mis piernas.

Su sonrisa se vuelve dolorosamente forzada. — Bueno, bueno, al menos podemos darle una oportunidad. ¿No es así?

— No, no podemos. –Digo amablemente.

Me pregunto cuánto tiempo podrá mantener esta personalidad afable a mi alrededor. Tengo que estar cabreándola, ¿verdad? A juzgar por lo tensa que es su sonrisa y cómo su ojo derecho sigue temblando, definitivamente lo estoy haciendo.

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