La casa de Tigresa.

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Po se encontraba frente a una gran puerta de madera con unos hermosos dragones verde adornándola. La casa parecía un palacio, como los que se veían en los libros de historia, aunque más pequeño. Reviso nuevamente el papel que la había entregado Tigresa con su dirección y la hora en que se iban a reunir para comenzar el trabajo. Miro la hora en su teléfono, eran técnicamente 20 minutos antes, pero estaba tan ansioso por conocer la casa de su compañera que prácticamente salió corriendo de su casa. Así que al llegar reviso levemente su ropa, por si se había ensuciado o algo, pero por suerte su playera blanca con mangas negras estaba bien, su pantalón marrón estaba limpio y sus zapatillas blancas seguían igual de gastadas como siempre.

Estiro su mano y toco la puerta, y esta para su sorpresa se abrió levemente, incitándolo a ingresar.

- ¿Hola? – Saludo nervioso entrando con cuidado. - ¿Hay alguien a...? – No pudo seguir hablando por el asombro delos artefactos que veía. – Esa es... ¡La armadura de Rhino volador! – Exclamo acercándose a una vieja y malgastada armadura. - ¡Noooo! Esa es la espada de los héroes. – Señalo mientras se acercaba a una reluciente espada con un dragón verde en la hoja. – Dicen que es tan filosa que puede cortar con solo verla. – Intento tocarla, pero sintió un dolor semejante a un corte antes de llegar a ella (Posiblemente más sugestión que nada). Luego se acercó a un escaparate vacío. - ¡El tridente invisible del destino! – Dijo igual de emocionado.

Comenzó a saltar de alegría por todo el lugar viendo armas legendarias que solo conocía en fotografías; y pinturas épicas, que bueno solo había visto en otras pinturas. Hasta que vio un objeto que llamo mucho su atención.

- ¡No...! La legendaria urda de los guerreros susurrantes. Dicen que tiene todas las almas del ejercito de Tenshu. – Se acaro con mucho cuidado para hablarle. - ¿Hola?

- ¿Ya terminaste de curiosear? – Le pregunto una voz.

- Debí venir con usted primero.

- Mi paciencia se agota. – Volvió a hablar aquella voz, un tanto ya aburrida.

- Pero... No creo que usted se vaya a ir a algún lado.

- Date la vuelta. – Ordeno aquella voz.

- Claro. – Acepto siguiendo la indicación y viendo detrás de el a un anciano de corta estatura, mirada penetrante y unos largos y finos bigotes blancos. – Hola. – Saludo sin prestar atención. – Pero, ¿Cómo cayeron cinco mil almas...? ¡Maestro Shifu! – Exclamo al darse cuenta de quién era el anciano, sin embargo, debido a su sobresalto movió el pedestal donde estaba la urna y aunque lo intento, no puedo evitar que cayera y se hiciera trisas en el piso. – Yo... Alguien la debió haber roto, pero la reparare. – Afirmo temeroso ante la mirada furiosa del maestro. Y se agacho intentando reunir las piezas.

- ¿Quién eres? Y ¿Qué haces aquí? – Pregunto serio viendo como el muchacho intentaba reparar de forma muy penosa su accidente.

- ¡Si! Lo siento, soy Po Ping, soy compañero de Tigresa, vine a hacer un trabajo con ella. – Se presentó mientras se levantaba y estiro la mano como saludo, sin embargo, el anciano no se movió ni un centímetro.

- ¿A esta hora? A Tigresa aún le quedan quince minutos de entrenamiento. Además, siempre hace sus trabajos con Víbora.

- Si, es que llegué antes porque salí muy temprano de mi casa por temor a perderme, soy nuevo en el valle. – Se excusó. – Y sobre Víbora, ella va a trabajar con Grulla y...

El anciano ya se estaba yendo, así que Po no tuvo más opción que seguirlo.

Caminaron por un largo pasillo, poco a poco se hizo más intenso el sonido de unos golpes, hasta que llegaron al patio donde Tigresa golpeaba fieramente a un muñeco de madera haciendo que decenas de astillas volaran con cada impacto.

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