Hay una frase que dice "No juzgues a un libro por su portada; porque te puede sorprender el contenido".
También dicen que aquello solo pasa en la ficción y los bajos mundos, pero no es así. Porque a mí me han juzgado, criticado y mancillado sin dar...
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Han pasado dos meses desde la primera vez que estuvimos juntos en México, y hace justamente una semana del último día en que estuvimos allá, Sara lo ha manejado bien después de todo, esas confesiones la aturdieron y quedaran marcadas en ella de por vida, sin embargo, es tiempo de sanar.
Lo más importante es que ella lo reconoce, y está haciendo todo lo posible por mejorar su estado mental, el estar con los niños es lo que más le ha permitido avanzar, al igual que las visitas al psicólogo, y en realidad es un logro muy notorio.
Me encuentro caminando por el pasillo que me guiará al departamento de Connor, tiene dos días que no va al trabajo debido a una grave enfermedad, lo más probable es que solo sea gripa y este exagerando más de lo que debería. Al llegar a la puerta número 215 toco el timbre que se encuentra al lado izquierdo de esta, al no obtener respuesta toco nuevamente y nada. Decido regresar otro día y me doy la vuelta para marcharme, sin embargo, escucho la puerta ser abierta y me dirijo nuevamente hacia allí, observo a mi amigo de pies a cabeza y sin remedio alguno levanto una de mis cejas, se encuentra sin ropa y lo único que lo cubre; sobre todo de su parte íntima, es una enorme almohada de color violeta. Llevo mi mano a su frente, y no hay rastro alguno de la inmensa fiebre mortecina que lo atormentaba día y noche.
—Mentiroso de mierda, ¿con quién estas? — lo aparto y me introduzco sin ningún permiso.
—Hermano, yo puedo explicar... — al poner un pie en la sala de estar logro ver la gran enfermedad que descolocaba a Connor de la realidad.
—Vaya, no me digas que tú eres la doctora que le ha detectado la pésima salud a este irresponsable — Caroline se da la vuelta sobresaltada e intenta alargar más de la cuenta la camisa del idiota, la cual lleva puesta —. Hasta ahí llega querida, no baja más, linda vestimenta, por cierto.
—Edward, eh, yo — parecen dos adolescentes pubertos agarrados con las manos en la masa.
—No tienen que darme explicaciones, no soy ciego, y esas cochinadas que estaban haciendo; yo también las hago muy a menudo, así que tú — índico señalando a Connor —. Vístete que vamos a salir, y tú vete a trabajar, que hoy no es su día libre, ¡vamos que no los veo!
Ambos corren a la recámara y se me hace imposible no reír ante sus comportamientos. Unos diez minutos después salimos en mi coche y dejamos a Caroline en el hotel, ya me la imagino contándole todo cómo una cotorra a Sara, cuando se unen nunca paran de hablar, y eso que se ven todos los días.
—Te pasas hermano, ¿cómo me vas a interrumpir así? — vaya descarado.
—Ya habías terminado — le contradigo.
—Pues sí, pero...
—¿Quieres que te despida?
—¡Claro que no! Solo mentí porque yo...
—Ahórratelo.
—Si insistes, por cierto, ¿hacia dónde vamos? — lo que yo tengo que aguantar señor Jesús, y todo por la amistad.