Capítulo 3: Un encanto de niña

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—Yo... yo... —No me salía—. Yo lo sien... yo lo...

—Vamos Aysha —me apura mi mamá que trataba de ocultar su molestia bajo una sonrisa.

—Yo lo sien... sien-to —¡Ah! Ya lo dije—. ¿Y bien? —pregunto orgullosa de mi misma por haber hecho esas palabras que no pienso volver a repetir, a la decimotercera vez.

—Se supone que eso fue una disculpa —es la primera vez que habla Axiel y parecía un poco desconcertado.

—Sí que lo fue y no fueron nada fáciles así que aceptalas y calabaza calabaza.

—Janet, qué te parece si los dejamos para que hablen a solas y tú y yo hablamos en otra parte, de... Ya sabes qué. —No mamá no te vayas.

¡No me dejes sola! O sola con él.

—¿Qué sabe? —ahora estoy intrigada.

No si intriga no era, era más bien un intento desesperado por que no me dejasen sola.

—No seas chismosa —contesta, casi sin mirarme. Me pregunto qué será de lo que quiere hablar que tiene que irse a otro lado a hacerlo.

De hecho, ahora que lo pienso, no sabía que mi madre y la de Axiel se conocieran. Interesante.

—Claro, vamos a hablar a la cocina —dijo Janet, luego mirando hacia su hijo expresó:

—Enseguida volvemos.

Dicho esto salió con mi madre detrás de ella y el silencio más absoluto e incómodo inundó la sala.

—¡Eh!, ¿Entonces, me disculpas? ¡Anda! Lo dije —No sé de donde salió eso, pero dudo mucho que vuelva a suceder.

—¿Debería? —pregunta mientras da un paso hacia adelante.

—¿Y por qué no? —ahora soy yo quien da un paso al frente.

—Pues no lo sé, talvez sea por cómo me trataste en la escuela. Y no es que tus disculpas hayan sido las mejores del mundo.

Debo reconocer que el chico tenía un punto a su favor.

—Ya, pero tú empezaste —después de que dije esto parecía ligeramente sorprendido.

—¿Yo?

—Sí, tú.

—¿Cómo? —¿en serio?

—¡Me llamaste niñera!

—Espera, espera, espera. —Por la expresión en su rostro parecía que acababa de entender algo —¿Te molestaste porque te llame niñera?

Que quede claro que eso es... Muy cierto. Bueno me da igual, eso está superado pero superadísimo.

—Yo no he dicho eso.

—Sí que lo dijiste. —Esto último lo dijo tratando de ocultar con una sonrisa las ganas de reír.

La verdad es que lo único que yo quería en ese momento era aplicar en él, el programa Mil maneras de morir, para ver cuál era la más satisfactoria.

—¿Sabes qué? Ya me voy. Estoy perdiendo el tiempo aquí. Si quieres que cuide a la mocos... Digo a tú hermana ¡Bien! Ahí está mi casa y si tienes a alguien que la cuide, mejor, un problema menos.

—Sabes —dijo mientras se metía las manos en los bolsillos y daba otro paso al frente—. Pensaba dejarla con Kate, si no me quedaba de otra pero, ya que estas dispuesta... —Mierda, porqué rayos no me quede callanda.

En nuestra menteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora