Oniromancia

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CONCORD, MASSACHUSETTS, OCTUBRE DE 1902

Huening se pasa el día entero deseando que el sol se ponga, pero éste le planta cara y sigue su ritmo normal por el cielo, uno en el que el muchacho nunca antes había pensado pero que ahora se le antoja insoportablemente lento. Casi preferiría que fuera un día de colegio, así por lo menos tendría algo que le ayudara a pasar las horas. Se le ocurre que tal vez podría echarse una siesta, pero está demasiado entusiasmado con la repentina aparición del circo como para poder dormir.

La cena se desarrolla con el mismo patrón de los últimos meses: largos silencios que sólo se ven interrumpidos por los intentos de su madre de entablar una conversación banal, y por los suspiros de Nayeon.

La madre de Huening comenta que ha llegado el circo o, más exactamente, que supondrá una gran afluencia de gente.

El chico espera que se imponga de nuevo el silencio, por lo que le sorprende que su hermana se dirija a él.

—¿A que la última vez que estuvo aquí el circo pediste acción y te dijimos que entraras, Kai?

Le habla en un tono informal, de curiosidad, como si en realidad no recordara si tal cosa ocurrió de verdad o no.

—¿Cómo? ¿En pleno día? —pregunta su madre. Nayeon asiente con gesto vago.

—Sí —asiente Huening en voz baja, deseando que vuelva a imponerse el incómodo silencio.

—Kai —articula su madre, en un tono que convierte el nombre en una especie de advertencia cargada de reproche. Él no entiende por qué le echan la culpa, si no fue él quien eligió la acción, pero Nayeon responde antes de que él tenga tiempo de contestar.

—Bueno, pero no entró —repone, como si ahora recordara claramente la anécdota.

El muchacho se limita a encogerse de hombros.

—Eso espero —dice su madre.

Se reanuda el silencio y Huening se dedica a mirar por la ventana, mientras se pregunta en qué consiste exactamente el anochecer. Se le ocurre que quizá lo mejor sería plantarse en la puerta del circo a la primera señal de penumbra y, si hace falta, esperar allí. Nota un cosquilleo en los pies, debajo de la mesa, y se pregunta cuándo se le presentará la oportunidad de largarse.

Tardan horas en recoger la mesa y emplea una eternidad de tiempo en ayudar a su madre a lavar los platos. Nayeon se encierra en su habitación y su padre se pone a leer el periódico.

—¿Adónde vas? —le pregunta su madre, cuando le ve ponerse la bufanda.

—Voy al circo —responde Huening.

—No vuelvas muy tarde —le indica—, que mañana tienes trabajo.

—De acuerdo —contesta él, contento de que a su madre se le haya olvidado especificar una hora y haya dejado lo de «muy tarde» abierto a la interpretación.

— Llévate a tu hermana — añade.

Huening llama a la puerta entornada, pero lo hace únicamente porque no existe forma humana de salir de la casa sin que su madre vea si se para o no delante de la habitación de Nayeon.

—Largo —le espeta su hermana.

—Me voy al circo, te lo digo por si quieres venir —dice Kai, con voz apagada.

Ya sabe cuál será la respuesta de su hermana.

—No —responde. Era tan previsible como el silencio que imperaba a la hora de cenar—. Eso es para críos —añade, lanzándole a su hermano una mirada de desdén.

The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora