Ailuromancia

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CONCORD, MASSACHUSETTS, OCTUBRE DE 1902

Tras salir de la carpa de la adivina y dirigirse a la derecha, tal y como ella le ha propuesto, Huening se topa casi en seguida con una pequeña multitud que presencia una actuación. Al principio no sabe de qué se trata, pues no hay ninguna plataforma elevada. Observando por los espacios abiertos entre los espectadores, distingue un aro, más grande que el que utilizaba la contorsionista, suspendido en el aire. Al acercarse aún más, vislumbra un gatito negro que lo atraviesa de un salto y aterriza en algún lugar que el chico no ve.

La mujer del sombrero enorme que está delante de él se vuelve y en ese momento Huening ve a un joven aproximadamente de su edad, pero algo más bajo, vestido con un traje negro hecho de toda clase de tejidos y un sombrero negro a juego. Sobre sus hombros descansan dos gatitos completamente blancos. Cuando el muchacho levanta una de las manos, provistas de guantes negros, y abre la palma, uno de los gatitos salta, rebota en la palma y cruza el aro con una espectacular voltereta al alcanzar el punto más elevado de su salto. Varios espectadores del reducido público se echan a reír, y unos pocos más, Huening entre ellos, aplauden. La mujer del enorme sombrero se ha apartado a un lado, con lo cual el muchacho ve perfectamente. Sin embargo, suspende el gesto de aplaudir cuando ve a la joven que acaba de atrapar al gatito blanco, el cual deposita ahora sobre su hombro junto al gatito negro.

Ha crecido, como era de esperar, y lleva el pelo rojo medio oculto bajo una gorra blanca, pero el traje que viste es similar al que llevaba la última vez que la vio: una especie de conglomerado de todo tipo de tejidos, todos ellos en tonos blancos, una
chaqueta blanca con muchos botones y un par de resplandecientes guantes blancos.

La muchacha se vuelve, descubre a Huening mirándola y le sonríe. Su sonrisa, sin embargo, no es la que un artista dedicaría a un espectador cualquiera en mitad de un número de circo protagonizado por gatitos excepcionalmente dotados, sino la clase de sonrisa que se dedica a alguien a quien no se ha visto en mucho tiempo. Huening aprecia la diferencia, y el hecho de que ella le recuerde le produce un inexplicable y a la vez intenso placer. A pesar del aire frío de la noche, nota mucho calor en las orejas.

Sigue el resto del número con gran atención, aunque está mucho más pendiente de la chica que de los gatitos. Aun así, es difícil ignorar a tan inteligentes mascotas, así que de vez en cuando acaparan toda su atención. Cuando termina el número, la chica y el muchacho (y los gatitos) saludan con una reverencia, mientras el público aplaude y los vitorea.

Huening se pregunta qué puede decirle, si es que hay algo que tenga que decirle, mientras la multitud se dispersa. Un hombre empuja delante de él, una mujer le corta el paso a un lado y, por culpa de unos y otros, acaba perdiendo de vista a la chica. Se abre paso entre la maraña de gente y, cuando por fin se libra de ellos, no hay ni rastro de la chica, ni del chico, ni de los gatitos.

A su alrededor, la multitud se va dispersando hasta que sólo quedan unos cuantos espectadores que deambulan por el sendero. Por lo que Huening puede ver, tampoco hay ningún otro sitio al que dirigirse. La zona está rodeada de altas carpas rayadas, de modo que el chico se da la vuelta muy despacio y trata de descubrir el lugar —tal vez una esquina o puerta— por el que han desaparecido. Se está reprendiendo a sí mismo por su fracaso después de haber estado tan cerca de conseguirlo cuando, de repente, alguien le da un golpecito en el hombro.

—Hola, Huening —dice la chica. Está justo detrás de él. Se ha quitado el sombrero, de forma que la roja melena le cae en cascada sobre los hombros, y también se ha cambiado la chaqueta blanca, pues ahora viste un grueso abrigo negro y una bufanda tejida a mano de un intenso color violeta. Sólo los volantes del bajo de su vestido y las botas blancas prueban que es la misma chica que hace apenas un momento estaba actuando en ese mismo lugar. Por lo demás, no se diferencia de cualquier otro visitante del circo.

The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora