Tres tazas de té con Kim Dahyun

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LONDRES, BASILEA Y CONSTANTINOPLA, 1900

El taller de madame Tzuyu es un lugar excepcional situado cerca del cementerio de Highgate, provisto de ventanales que llegan hasta el suelo y ofrecen una vista panorámica de Londres. Varios maniquís que lucen elegantes vestidos se agrupan en parejas o en tríos, como si allí se estuviera celebrando una fiesta de invitados acéfalos.

Kim Dahyun deambula entre varios vestidos en tonos blanco y negro mientras espera a madame Tzuyu y se detiene a admirar un traje de satén blanco como el marfil adornado con una tela calada de terciopelo negro, que recuerda al hierro forjado, en un diseño de elegantes líneas y curvas.

—Puedo hacértelo en otro color, si te gusta —dice madame Tzuyu al entrar en el taller, acompañada por el acompasado golpeteo de su bastón sobre el suelo de baldosas.

—Es demasiado elegante para mí, tante Tzu —responde Dahyun.

—Sin color, es difícil encontrar el equilibrio —afirma madame Tzuyu, mientras gira el maniquí y contempla la cola del vestido con los ojos entrecerrados—. Si hay demasiado blanco, la gente cree que se trata de vestidos de novia. Pero si hay demasiado negro, resultan toscos y adustos. Diría que a éste traje le falta un poco de negro. Y yo le añadiría mangas más esponjosas, pero Taehyung no las soporta.

Madame Tzuyu le muestra a Dahyun sus últimos trabajos, entre ellos una pared repleta de nuevos bosquejos, antes de sentarse a tomar el té con ella en una mesa situada junto a los ventanales.

—Cada vez que vengo, tiene usted una secretaria nueva —comenta Dahyun, después de que la última versión les traiga una bandeja con el té y vuelva a desaparecer de inmediato.

—Se cansan de esperar a que me muera y luego se van a trabajar para otra, después de decidir que es demasiado complicado arrojarme por una ventana y esperar que ruede colina abajo directamente hasta algún mausoleo. Soy una anciana rica que no tiene herederos, y ellas no son más que brujas repeinadas. Ésta no me va a durar ni un mes.

—Yo siempre había pensado que se lo dejaría usted todo a Hoseok —dice Dahyun.

— Hoseok no lo necesita económicamente y me temo que no sabría manejar las cosas como a mí me gusta. No tiene buen ojo para el diseño. De hecho, últimamente no tiene buen ojo para nada.

—¿Tan mal está? —pregunta Dahyun, mientras remueve su té.

—Es como si hubiera perdido una parte de sí mismo —dice madame Tzuyu—. No es la primera vez que le veo obsesionado con un proyecto, pero nunca hasta este punto. Se ha convertido en una especie de fantasma de sí mismo, aunque tratándose de Hoseok, un fantasma de su antiguo yo sigue resultando mucho más interesante que la mayoría de las personas. Yo hago lo que puedo. Le busco vanguardistas compañías de ballet para que actúen en sus teatros, le dejo que se apoye en mí cuando se queda dormido en la ópera, aunque tendría que ser al revés… —Bebe un sorbito de té antes de añadir—: Y no pretendo sacar a relucir un tema delicado, querida, pero procuro mantenerle alejado de los trenes.

—Hace usted muy bien —dice Dahyun.

—Le conozco desde que era un crío, es lo menos que puedo hacer por él.

Dahyun asiente. Tiene otras preguntas, pero decide que es mejor formulárselas a otra persona a quien también tiene intención de visitar. El resto de la tarde lo dedican a charlar sobre moda y movimientos artísticos. Madame Tzuyu insiste en confeccionarle una versión más informal, en tonos melocotón y crema, del vestido marfil y negro, y termina el bosquejo en cuestión de minutos.

The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora