Contabilidad

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LONDRES, MARZO DE 1900

Jung Hoseok está sentado a su gigantesco escritorio de caoba, en su gabinete. Tiene ante sí una botella de brandy prácticamente vacía. En cierto momento de la noche tenía también un vaso, pero ya hace horas que no sabe dónde lo ha dejado. Deambular de habitación en habitación se ha convertido en un hábito nocturno, alimentado por el insomnio y el aburrimiento. También ha perdido su chaqueta, abandonada en alguna otra estancia por la que debe de haber pasado en algún momento. Mañana por la mañana se la devolverá, sin hacer ningún comentario, alguna discreta doncella.

En el gabinete, entre trago y trago de brandy directamente de la botella, Hoseok intenta trabajar, lo cual consiste básicamente en garabatear en unos cuantos trozos de papel con plumas estilográficas. No ha trabajado de verdad desde hace años. Ni ideas nuevas, ni espectáculos nuevos. El ciclo de poner en escena una producción, representarla y pasar a la siguiente se ha interrumpido en seco y ni siquiera sabe por qué.

No puede entenderlo. Ni esta noche, ni ninguna otra, beba lo que beba de su botella de brandy. Así no es como funcionan las cosas. Primero nace un proyecto, luego se desarrolla, se pone en escena y se envía a recorrer el mundo. La mayoría de las veces el proyecto se vuelve independiente y a él ya no le necesitan para nada. No es que sea una posición agradable, pero así son estas cosas y Hoseok conoce muy bien el proceso. Uno se muestra satisfecho, recoge sus ingresos y, aunque sienta cierta melancolía, pasa página y sigue adelante.

Ha dejado atrás el circo, ha seguido navegando y, sin embargo, él no consigue alejarse de la orilla. Ha tenido tiempo más que suficiente para añorar el proceso creativo y avivarlo de nuevo, pero no surge la chispa de una nueva producción.

Ningún empeño nuevo, nada mejor ni más grande durante casi catorce años.

A lo mejor, piensa, es que se ha superado a sí mismo. Pero esa idea no le resulta agradable, así que la ahoga en brandy e intenta ignorarla.

El circo le inquieta.

Le inquieta, sobre todo, en momentos como ése, ante una botella casi vacía de brandy en el silencio de la noche. Tampoco es que sea excesivamente tarde: la noche es joven hablando en términos del circo, pero el silencio ya resulta opresivo.

Y ahora, con la botella y la pluma secas, se limita a estar ahí sentado, tocándose el pelo con aire ausente, mirando a través de la habitación hacia ningún punto en concreto. En la chimenea dorada arde un débil fuego y, en la sombra, los altos estantes cargados de curiosidades y reliquias parecen amenazadores.

La mirada errante de Hoseok cruza la puerta abierta y se detiene en otra, la que está al otro lado del pasillo: es la del despacho de Marco, discretamente encajada entre dos columnas persas. Forma parte de un conjunto de habitaciones que son para uso exclusivo de Jungkook, pues es mejor tenerle siempre a su entera disposición, aunque esta noche ha salido.

Inmerso en una especie de neblina saturada de alcohol, Hoseok se pregunta si, por casualidad, Jungkook guardará en su despacho los documentos del circo. Se pregunta también cuál será la naturaleza exacta de esos documentos. Sólo ha visto de pasada todo el papeleo relativo al circo, durante años ni siquiera se ha preocupado por conocer los detalles. Pero ahora siente curiosidad.

Con la botella vacía de brandy aún en la mano, se pone en pie y se dirige, trastabillando, al pasillo. «Estará cerrada», piensa, al llegar a la puerta de oscura madera pulida, pero el tirador plateado cede fácilmente cuando lo gira, y la puerta se abre.

Hoseok vacila junto al umbral. El minúsculo despacho está a oscuras, a excepción del rectángulo de luz que entra desde el pasillo y el tenue resplandor de las farolas que se filtra por la única ventana.

The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora