Destinos adivinados

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Es tarde, tan tarde que ya ni siquiera hay cola en la carpa de la adivina.

Mientras en el exterior el aire fresco de la noche huele a caramelo y humo, en el interior la carpa resulta cálida y huele a incienso, rosas y cera de abeja.

No tienes que esperar mucho en la antecámara antes de pasar bajo la cortina de cuentas.

El sonido que producen las cuentas al chocar entre sí recuerda al de la lluvia. Al otro lado, la habitación está llena de velas.

Te sientas frente a una mesa, en el centro de la estancia. La silla te resulta inesperadamente cómoda.

La adivina oculta el rostro tras un delicado velo negro, pero la luz se refleja en sus ojos cuando sonríe.

No tiene bola de cristal, ni tampoco baraja de cartas. Sólo un puñado de relucientes estrellas plateadas, que esparce sobre la mesa forrada de terciopelo como si fueran runas.

Habla con asombroso detalle de cosas que no puede saber.

Te cuenta cosas que ya sabías, te da información que podrías haber adivinado y te habla de posibilidades que ni siquiera comprendes.

Las estrellas de la mesa casi parecen moverse, iluminadas por la luz temblorosa de las velas. Se transforman y cambian ante tus propios ojos.

Antes de que te marches, la adivina te recuerda que el futuro nunca está grabado en piedra.

The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora