LONDRES, 1 DE NOVIEMBRE DE 1901
En otros tiempos, el piso de Jungkook era sencillo y espacioso, pero ahora está abarrotado de una gran variedad de muebles que no combinan entre sí. Muchos de ellos son piezas de las que Hoseok se aburrió en un momento dado y que, en lugar de desaparecer para siempre, han ido a parar a ese purgatorio.
Hay muchos libros y pocos estantes para ordenarlos, así que la mayoría se amontonan sobre antiguas sillas chinas y cojines de sari indio.
El reloj que descansa sobre la repisa de la chimenea es una creación de Christopher Bang, embellecida con minúsculos libros cuyas páginas van pasando a medida que el segundero se aproxima a las tres de la madrugada.
Las páginas de los libros más grandes, que descansan sobre el escritorio, pasan a un ritmo menos constante, mientras Jungkook revisa volúmenes escritos a mano y garabatea notas y cálculos en hojas sueltas de papel. Una y otra vez, tacha símbolos y números, desecha unos libros para coger otros y luego regresa de nuevo a los que antes ha desechado.
La puerta del piso se abre obedeciendo a su propia voluntad: el pestillo salta de golpe y los goznes chirrían con furia. Jungkook da un respingo y vuelca un tintero sobre los papeles.
Taehyung está junto a la puerta. Unos cuantos rizos rebeldes se escapan de su gorro. Lleva desabrochado el abrigo color crema, que de todas formas resulta demasiado ligero para esa época del año.
Sólo cuando entra en la habitación, cuando la puerta se cierra automáticamente tras él con una serie de chasquidos, repara Jungkook en que la ropa de Taehyung, bajo el abrigo, está manchado de sangre.
—¿Qué ha pasado? —dice. La mano que en ese momento se dirigía al tintero volcado queda suspendida en el aire.
—Sabes perfectamente lo que ha pasado —responde él. Le habla con voz serena, pero aun así ya han empezado a formarse ondas en la oscura superficie del charco de tinta que se ha acumulado sobre el escritorio.
—¿Estás bien? —le pregunta Jungkook, tratando de acercarse a él.
—Desde luego que no estoy bien —contesta Taehyung. El tintero se hace añicos y arroja sobre los papeles una lluvia de gotas de tinta que salpican las mangas blancas de la camisa de Jungkook y se vuelven invisibles al aterrizar en su chaleco. Jungkook tiene las manos cubiertas de tinta, pero le preocupa más la sangre de la ropa de él, un río carmesí que va empapando la seda de color marfil y desaparece tras el calado de terciopelo negro que, como si de una jaula se tratara, cubre el tejido.
— Taehyung, ¿qué has hecho? —le pregunta.
—Lo he intentado —dice el chico. La voz se le quiebra al pronunciar esa palabra, así que se ve obligado a repetirla—. Lo he intentado. Creía que podría curarle. Hace tanto tiempo que le conozco… Pensaba que sería como conseguir que un reloj volviera a hacer tictac. Sabía exactamente lo que no funcionaba, pero no he conseguido arreglarlo. Le conocía tan bien… y, sin embargo, no ha funcionado.
El llanto que se ha ido acumulando en su pecho estalla de repente, y las lágrimas que lleva horas intentando contener brotan finalmente de sus ojos.
Jungkook cruza apresuradamente la habitación para llegar hasta él. Lo abraza y lo estrecha con fuerza mientras él llora.
—Lo siento —dice, repitiéndolo como una letanía que se impone a los sollozos de Taehyung, hasta que él se calma, relaja los hombros y se abandona a sus brazos.
—Era mi amigo —dice, con voz apenas audible.
—Lo sé —dice Jungkook, secándole las lágrimas y, al mismo tiempo, emborronándole de tinta las mejillas—. Lo siento tanto… No sé qué es lo que ha ocurrido. Algo se ha desequilibrado, pero no consigo entender de qué se trata.
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The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷ
FantasyEl circo llega sin avisar. No viene precedido de ningún anuncio, no se cuelga cartel alguno en los postes o vallas publicitarias del centro, ni tampoco aparecen notas ni menciones en los periódicos locales. Sencillamente está ahí, en un sitio en el ...