Despedida

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CONCORD, MASSACHUSETTS, 30 Y 31 DE OCTUBRE DE 1902

Antes del atardecer, Huening trepa al roble para recuperar su caja oculta y contempla, allá a lo lejos, el circo bañado en una luz intensamente anaranjada. Las carpas proyectan sobre el campo sombras alargadas y puntiagudas. Pero al abrir la caja, Huening no encuentra en ella nada que realmente desee llevarse.

Lo único que coge es el guante de Poppet, que se guarda en el bolsillo del abrigo antes de esconder de nuevo la caja en el árbol.

Ya en casa, cuenta los ahorros de toda una vida, que alcanzan una cifra superior a lo esperado, y luego coge una muda de ropa y un jersey, por si acaso. Piensa en llevarse también otro par de zapatos, pero finalmente decide que, en el caso de necesitarlos, siempre puede pedírselos prestados a Widget. Lo mete todo en una raída cartera de piel y espera a que sus padres y Nayeon se acuesten.

Mientras espera, deshace la maleta y vuelve a hacerla, reflexionando de nuevo sobre lo que tiene que llevarse y lo que debe dejar.

Espera una hora antes de estar completamente seguro de que todo el mundo duerme, y luego otra más, por si acaso. Aunque ya es todo un experto en entrar a hurtadillas a horas intempestivas, escabullirse sin ser visto es otro asunto.

Cuando finalmente cruza, sigiloso, el pasillo, le sorprende que se haya hecho tan tarde. Ya tiene la mano en la puerta y está listo para marcharse cuando, de repente, da media vuelta, deja la bolsa en el suelo y busca, sin hacer ruido, un trozo de papel.

Una vez que lo encuentra, se sienta a la mesa de la cocina, decidido a escribir una nota. Explica lo mejor que puede sus motivos para marcharse y sus esperanzas de que sus padres lo entiendan. No hace mención alguna a Harvard ni a nada que tenga que ver con el futuro de la granja.

Recuerda que, cuando era aún muy pequeño, su madre le dijo una vez que de mayor debía vivir aventuras y conocer la felicidad. Si lo que está a punto de vivir no es una aventura, piensa Huening, entonces no sabe qué significa esa palabra.

—¿Qué haces? —dice una voz, a su espalda.

Al volverse, Huening descubre a Nayeon junto a la puerta. Va en camisón, lleva el pelo recogido sobre la cabeza en un complicado revoltijo de rizos y pasadores y se protege los hombros con una manta tejida a mano.

—Nada que sea de tu incumbencia —le espeta, concentrándose de nuevo en la nota. Firma la carta, la dobla y la deja apoyada en el centro de la mesa, junto a un cuenco de madera repleto de manzanas—. Asegúrate de que la lean.

—¿Te escapas de casa? —le pregunta Nayeon, tras lanzar una ojeada a su bolsa.

—Más o menos.

—No estarás hablando en serio… —dice ella, bostezando.

—No sé cuándo volveré. Escribiré en cuanto tenga ocasión. Diles que no se preocupen por mí.

—Huening, vuelve a la cama.

—¿Y por qué no vuelves tú a la cama?Te irá bien descansar para estar más guapa y fresca mañana por la mañana. —A modo de respuesta, Nayeon le dedica una mueca burlona—. Además —prosigue Huening—,¿desde cuándo te preocupa lo que yo haga o deje de hacer?

—Llevas toda la semana comportándote como un crío —le replica Nayeon. Levanta un poco la voz, hasta convertirla en un susurro sibilante—. Lo único que haces es tontear con el circo y acostarte a las tantas. Madura un poco, Huening.

—Eso es justamente lo que estoy haciendo —dice el chico—. Y si no quieres entenderlo, peor para ti. No seré feliz si me quedo aquí. Tú sí, porque eres sosa y aburrida y te basta con una vida sosa y aburrida. Pero para mí no es suficiente, no lo será nunca. Y por eso me voy. Hazme un favor y cásate con alguien que sepa cuidar bien a las ovejas.

Coge una manzana del cuenco y la lanza al aire. Cuando empieza a caer la atrapa y se la guarda en la bolsa, antes de despedirse de Nayeon con un alegre gesto de la mano y nada más.

La muchacha se queda de pie junto a la mesa, abriendo y cerrando la boca en silencio, furiosa, mientras Huening sale y cierra despacio la puerta tras él.

Empieza a alejarse de la casa, rebosante de energía. Está casi seguro de que su hermana saldrá tras él, o de que irá corriendo a despertar a sus padres para comunicarles que ha huido. Pero a cada paso que da, Huening se convence más y más de que se marcha de verdad y de que no hay nada que pueda impedírselo.

La caminata se le antoja más larga en la quietud de la noche. No se ven otros grupos de personas que se dirijan hacia el circo por el mismo camino que él, como ha ocurrido durante las noches anteriores, cuando corría para llegar antes de que el circo abriera las puertas.

Aún se ven las estrellas cuando Huening llega a su roble, con la bolsa a la espalda.

Es más tarde de lo que él hubiera querido, aunque todavía falta bastante para el amanecer.

Pero, bajo el cielo estrellado, el campo que se extiende hacia lo lejos desde su árbol está vacío, como si allí nunca hubiera habido nada a excepción de hierba, hojas y niebla.

The Night Circus |•ᴬᴰ°ᵀᴷDonde viven las historias. Descúbrelo ahora