Reconocimiento

20 0 0
                                    

Lo único que tenemos seguro en la vida es la muerte.

Yo me rehúso a pensar que Maximiliano está muerto, pueden haber encontrado al piloto, a un compañero o amigo. Lo único que sé ahora es que dejé a Max sin poderte explicarme nada, después de un día maravilloso.

Abandoné a la persona que constantemente me ha demostrado su amor, que ha sido mi compañero, su amigo y mi amante.

El único hombre que sin pensar dos veces se atrevió a pedir mi mano.

Mi exprometido puede estar muerto.

Estaba entrando a la morgue cuando me encontré con su madrastra y su padre. Les saludé a ambos con un beso y un abrazo que se nos hizo a todos eterno. Caminamos juntos al interior del edificio y vimos a la ministra de exteriores caminando de un lado a otro, evidentemente preocupada. La mujer que no es su novia, pero se ve igual o más asustada que yo.

Me acerqué y le saludé.

—¿Ya han intentado identificarle?—pregunté y mi papá me acarició la espalda.

—Eres su único contacto de emergencia —respondió la ministra.

—Ya llamamos al abogado, a todo el mundo —dijo el señor Waitly. — Nos explicaron Mily que solo tú puedes entrar a reconocer el cuerpo porque eres su contacto de emergencia y encargada médico legal. Puedes entrar con un acompañante si quieres. —Reconoció el señor Waitly.

Mi papá me tomó de la mano y me dijo que si quería que le acompañara él estaría ahí. Le di un beso en la mejilla a Sebastian y le pregunté al señor Waitly si quería ir conmigo.

—No estoy listo—reconoció.

Maximiliano y su padre son como el agua y el aceite, pero nunca han estado listos para vivir el uno sin el otro. Siempre están ahí.

—Tal vez Damien pueda acompañarte sugirió Alice. —está aparcando.

Yo no quería ir sola, pero sé lo unidos que son Damien y Max y tampoco quiero que tenga la responsabilidad de ver el cadáver de su hermano.

—¿Ya lo revisaron?—preguntó y me dio un beso en la mejilla.

—Tengo que entrar yo. Puedo ir a acompañada Damien, pero en el mejor de los casos si no es lo sabrás primero. Si fuese Max, ¿crees que estés listo para eso?

—Voy contigo, necesito verlo con mis propios ojos —Dijo y me tomó de la mano.

Me acerqué a Damien y enlacé mis dedos con los suyos, juntos fuimos al mostrador y entregué a la recepcionista mi identificación. Nos dieron una mascarilla y guantes me pidieron atar mi cabello y me pusieron una malla en el pelo para cubrirme y evitar que un cabello se cayera.

Los dos fuimos por un largo pasillo hasta la habitación en la que tenían el cuerpo. Damien se quedó en la puerta congelado. El encargado destapó el cuerpo y el hermano de Max comenzó a vomitar. La asistente le brindó servilletas para limpiarse y le acompañó fuera de la habitación, mientras le ofrecía una botella de agua para que esperara en silencio.

Yo tomé una bocanada grande de aire y miré al cielo mientras rezaba.

Que no sea él, que no sea Max, señor no ahora, no así.

El forense se acercó a mí. Se presentó y me explicó que estaba severamente quemado, algunas partes del cuerpo no son identificables. Me explicó que querían que buscara una marca entre el tejido que no estaba quemado, tenía que buscar en los dedos, las orejas, la dentadura.

El médico prometió que estaría ahí en todo momento para guiarme.

Yo inicié por los pies y él me fue mencionando las lesiones que encontró durante el examen que había realizado previo a mi llegada. Max tenía un defecto en las uñas, son feas, esa es la definición correcta, pero estas estaban muy cortas para ser las suyas. Continué en busca de cicatrices, marcas, pero la mayor parte de su cuerpo está quemado, no hay casi nada que revisar porque todo es rigidez y quemaduras.

—¿Dónde están las otras personas que viajaban con él?—pregunté.

—No han encontrado a diputado Fisher, ni el diputado Carballo. Solo encontramos a esta persona.

Me quedé en silencio viendo al cadáver frente a mí, porque no solo carecía de huellas digitales. La piel de sus brazos estaba quemada y Max tenía muchos lunares en el brazo izquierdo, una vez llegué a contar doce y le envié al dermatólogo quien los declaró libres de cáncer. En la clavícula tiene una marca que le hizo Damien jugando Water Polo le golpeó y lo tuvieron que suturar. La otra marca que recordé fue debajo de la línea del cabello, tiene un golpe que se hizo tras una discusión con Kent sobre la relación de sus padres, para entonces ya éramos novios y recuerdo que estábamos cenando. Cuando escuchamos el estruendo al menor de los hermanos tirando puñetazo tras otro, cuando su hermano sabía que se había pasado, así que no se defendió y quedó justo en la baranda. Kent le tomó del pelo y le estampó la frente sobre la baranda y acabamos solos en el hospital.

Ninguna de esas cicatrices, marcas genéticas o lesiones era visibles, pero la persona que estaba acostada sobre esa plancha de metal tenía la estatura de mi exprometido.

Maximiliano odia los tatuajes porque le parecen una forma de restarse seriedad yo la más que odiarlos les tengo miedo porque estoy segura de que duele más de lo que gente que finge ser valiente se acredita.

Hace unos años, borrachos y en busca de aire porque no podíamos seguir en la discoteca caminamos por la ciudad y vimos un estudio.

—No tengo tatuajes

—Yo tampoco.—reconoció y yo me burlé porque ya sabía —Siempre he querido. —¿Has visto los de Emilios, son bonitos sin ser exagerados?—preguntó como si no hubiese ido a la playa con ellos.

Fuimos al interior del estudio. El encargado nos sonrió y nos explicó que tendríamos que firmar unos papeles porque estábamos borrachos y nos ofreció una taza de café.

—Él es el futuro presidente—Dije. —El presidente Max tatuado.

—Yo no quiero ser presidente, quiero legislar.

Los dos escuchamos el sonido de la máquina de tatuajes y yo incluso me encogí el miedo.

—Ellis debe tener una resistencia al dolor altísima.

—Sí, muy alta —Reconocí —¿Viste el último de Ellis? Son las manos suyas y la de Marcela entrelazadas en un costado.

—Muy bonito, pero es muy eterno.

—Un tatuaje es como casarse—Comentó y él sonrió mientras veía las opciones.

—Tú y yo estamos comprometidos.—Mi prometido asintió y se giró para mirarme, los dos estallamos en risas.

Maximiliano se acercó, se inclinó cerca de mi boca. Murmuró contra mis labios: Siempre, para todo la vida. Estamos comprometidos para toda nuestra vida. Nos dimos un beso largo y apasionado, pero tan lleno de todo lo que a veces fuera de esas dos puertas no sentíamos, intimidad, privacidad, amor hacia el otro de una forma genuina y tan real.

Me abracé a mi novio y le vi a los ojos.

—Siempre.

—¿Están listos para tatuarse o ya se les bajó el alcohol?

—Ya se nos bajó el alcohol, pero yo si voy a tatuarme. —respondí. —Me tiene que rasurar la cabeza para tatuarme.

—Sigue borracha —aseguró Max.

Los dos hombres rieron y yo negué con la cabeza.

—Tengo que rasurar preferiblemente donde voy a tatuar.

—¿Qué tanto me duele en la teta por ejemplo y en el cráneo?

—La teta tiene más grasa, menos nervios expuestos —respondió el tatuador y asentí.

—El cráneo mejor, porque así si terminamos o nos divorciamos mi próximo esposo no tiene que vivir con el tatuaje que me hice por ti y el pelo lo cubre. Todo crece. Yo me voy a Tatuar Maxi y él Mily.

—Eso es como casarse diputado —Max asintió y se puso neurótico en cuanto a las normas de seguridad y aseo, yo solamente disfruté de la noche y dejé que me rasuraran el pelo y me pusieran anestesia porque nadie hace sufrir tanto dolor.

Esa es la última marca que recuerdo que tiene.

Le pedí al médico que girara el cadáver para poder buscar el tatuaje.

El bebé del millonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora