Capítulo 7

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En su habitación, Patito se mira en el espejo. Observa detenidamente cada rasgo de su rostro, deslizando delicadamente sus dedos desde sus ojos hasta sus labios, sintiendo aún el calor de la respiración de Bruno en ellos. Sus recuerdos se pierden en aquella noche donde olvidaron todo lo demás y solo existían ellos dos, anhelantes por probar el pecado.

Con cierta culpa, Patito vuelve en sí, dándose cuenta de que aún está frente al espejo, con el rostro sonrojado y la mirada perdida.

Mueve la cabeza bruscamente y toma el cepillo de pelo para comenzar a peinarse. Se repite una y otra vez que todo eso tiene una explicación lógica. Según ella, ambos estaban en un momento de debilidad que pudo nublar su juicio.

-Patito, baja a desayunar antes de ir al cole-, dice Carmen apareciendo en el umbral de la puerta, con una gran sonrisa.

-Oh... sí, termino de peinarme y bajo a comer-, responde Patito.

-Dale, te esperamos abajo-.

Patricia ve a su mamá desaparecer por la puerta y vuelve a mirarse en el espejo. Abre el cajón para tomar algo y amarrar sus trenzas, pero en cambio encuentra el brillo de labios que José le regaló hace tiempo y nunca ha utilizado. Lo toma y con curiosidad lo abre.

-Bueno...-, susurra, -hoy tengo ganas de ir más... ¿linda? -

Con el cabello suelto y un poco de brillo de labios, baja las escaleras dando saltos, extrañamente feliz y con ganas de ir a clases. Sus padres le sonríen, pero prefieren no hacer ningún comentario sobre su apariencia, ya que consideran que es algo normal en la adolescencia.

- ¿Vas a querer llevar algo para comer? -, pregunta su papá. Patito se niega y toma su mochila.

-No, solo tomaré una manzana e iré a clases. Hoy no tengo mucha hambre-.

-Bueno, de cualquier manera, podrías llevar otra por si te da hambre-, comenta Carmen, y para evitar crear un caos, Patito acepta y toma dos manzanas.

-Bueno, adiós. Nos vemos por la tarde-.

Al salir de la casa, mira el cielo, que luce un celeste despejado, sin nubes. Con ánimo, se dirige hacia el colegio, caminando perdida en sus pensamientos, disociando la realidad con las posibles escenas que podrían haber ocurrido si Gonzalo no hubiera entrado en aquel lugar aquella noche. ¿Bruno y ella se habrían besado? ¿Qué habría pasado si eso ocurriera? Entre los miles de preguntas sin respuestas adecuadas, Patito siente culpa por las parejas de ambos.

-Hey... ¡Patito! -, la interrumpe José. Ella se detiene en la entrada del colegio y se gira para mirar a José y Guido, que se acercan sonriendo.

-Hola chicos, ¿Cómo están? -saluda Patito a sus amigos con entusiasmo.

-Nosotros bien, pero veo que tú estás muy...alegre, ¿no? -responde su amiga con una sonrisa burlona y guiñando un ojo. -Además, estás muy guapa hoy... ¡Definitivamente mi hermano se va a morir al verte!

-Ay, José... -se ríe Patito. -Solo me dejé el cabello suelto.

-Claro, claro. -Guido se une al juego de su novia. -Pero desde aquí puedo notar ciertos brillos en tus labios... ¿O estoy alucinando?

Patito se sonroja y niega con la cabeza, negando todo, mientras retoman su camino hacia el colegio. En la entrada, Patito ve a su novio junto a los chicos, riendo y disfrutando. José y Guido le dan un codazo a Patito al ver cómo Matías nota su presencia. Patito siente un temblor en su cuerpo, no por la cercanía de Matías, sino por la culpa que la consume.

-Buenos días... -susurra Matías una vez frente a ella.

Matías rodea la cintura de Patito y la acerca a él con delicadeza, acariciando suavemente el lugar. Patito intenta mantener una sonrisa, pero solo logra una mueca que pasa desapercibida para Matías.

Imposible no enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora