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Mientras mi corazón se tranquiliza y mi respiración recupera su ritmo normal, trato de comprender qué ha ocurrido en el pasillo, pero no puedo. Estoy convencido de que YongGuk era la persona que me estaba espiando cuando he subido al barco, y de que si Jimin no hubiera llegado cuando lo ha hecho, la situación habría empeorado. Pero hasta ahí puedo llegar. YongGuk quiere esta caja, la que ahora descansa en el suelo de la suite; no cabe duda de que contiene objetos de gran valor; estoy seguro de que las mejores joyas de lady Suzy y las escasas baratijas de Irene están ahí dentro. Sin embargo, hay algo más: en las dependencias de la servidumbre no es ningún secreto que la familia Bae ya no es tan rica como en otros tiempos, corre el rumor de que el objetivo de este viaje es encontrar a una heredera de algún industrial acaudalado que desee casarse con Vernon atraída por su título, pues está claro que no sería por su personalidad. No hay duda de que los Bae preferirían casar a Irene y dejar que su hijo varón y heredero desposara a una dama de la nobleza, pero los encantos de Irene son demasiado modestos para atraer a un partido ilustre. Por tanto, Vernon tomará como esposa a la hija de algún hombre de Filadelfia que construya líneas de ferrocarril o puede que a una joven de Boston, heredera de una fortuna obtenida con la venta de productos por correo. En resumen, la familia Bae desea impresionar a la clase de gente a la que suele despreciar y para conseguirlo necesita viajar a lo grande. La caja, por tanto, contiene gran parte de los valiosos objetos que la familia del vizconde Bae ha conservado durante los últimos cuatrocientos años y que ahora pretende vender, razón suficiente para cometer un robo. Pero YongGuk viaja en primera clase, la señora Yoona asegura que el pasaje en el Titanic cuesta miles de libras, suma que dudo mucho que llegue a ver en toda mi vida, y menos aún a gastar en un único viaje a América. ¿Qué necesidad podría tener de robar alguien capaz de pagar semejante dinero por un pasaje? YongGuk debe de ser increíblemente rico, probablemente más que los Bae, y la forma en que me miraba ¿es porque piensa que he oído algo que no debía oír, ya fuera hoy o anoche? Ahora ya sé que nuestro encuentro de ayer no fue casual; YongGuk se hallaba cerca porque ya estaba siguiéndoles la pista a los Bae. Inicialmente yo no era su blanco, pero quizá lo sea ahora. Me sacudo el frío mientras guardo apresuradamente la caja de madera en la caja fuerte de la suite. Seguro que estoy diciendo tonterías; si YongGuk no es un ladrón, significa que no es más que el típico hombre rico que cree que puede hacer lo que le plazca con los sirvientes: amenazarlos, burlarse de ellos, llevárselos a la cama y desecharlos. No es un comportamiento inusual entre los caballeros adinerados, después de pasarme años rehuyendo a los fogosos amigos de Vernon de Cambridge, no debería sorprenderme esa actitud. Una vez que desaparezca abajo, en los alojamientos de tercera clase, YongGuk desviará su atención hacia alguna camarera infeliz del barco y yo podré seguir con mi vida. Aunque no acabo de creerme tan sensata explicación, me obligo a aceptarla. La puerta de la caja fuerte se cierra con un chasquido metálico y me dejo caer una vez más sobre la lujosa cama del camarote. Mientras eso hago, mis pensamientos se desvían hacia un tema mucho más agradable. Mi mente desea detenerse en Jimin, solo en Jimin, el mero hecho de conocer su nombre hace que me sienta más cerca de él. Y ahora me ha salvado del peligro dos veces. ¡Cómo lamento no haberle dado las gracias! Me imagino que mis dedos se enredan en sus rizos castaños y mis labios se abren cuando se inclina hacia mí... la fantasía me ruboriza las mejillas y me acelera el corazón. Me estoy comportando como un tonto, como una tonta criada que finalmente ha tenido la oportunidad de estar a solas con un hombre atractivo. Las personas que trabajamos de sirvientes no tenemos muchas oportunidades de tratar con personas de nuestra clase; nuestro destino no es enamorarnos y casarnos, sino trabajar como esclavos hasta marchitarnos, encanecer y perder los dientes. Y aquí estoy yo, actuando como un idiota por un hombre que no ha mostrado el más mínimo interés por mí salvo el de impedir que saliera malherido, como habría hecho cualquier ser humano decente. Sobre todo teniendo en cuenta que hoy me ha protegido pero anoche me amenazó. Tal vez Jimin no sea un peligro para mí tan serio como YongGuk, pero eso no significa que no encierre sus propios peligros. El colchón de plumas es blando, mucho más blando que el de borra lleno de bultos en el que he dormido los últimos cuatro años. Y qué colcha; de color crema, el tejido no es seda pero resulta tan suave al tacto que podría serlo. Este dormitorio es tan elegante como cualquiera de las habitaciones que la familia Bae tiene en Moorcliffe o incluso más. Por un momento imagino que soy un caballero refinado que viaja a todo lujo a bordo del Titanic. Me imagino que llevo puesto un precioso traje de seda o terciopelo en lugar de mi insulso uniforme de mayordomo, me tiendo sobre el suave y mullido colchón y pienso en lo mucho que me gustaría cerrar los ojos y entregarme al sueño. Entonces pienso que me gustaría abrir los ojos y ver a Jimin tendido a mi lado. «No seas bobo, me reprendo. No conoces su apellido. No sabes si es bueno o malo, o si se halla en la insondable distancia que separa ambas cosas. Cuanto sabes de él es que se rodea de malas compañías, que es adusto y extraño. Y lo bastante rico para viajar en primera clase, lo que significa que solo puede buscar una cosa en un sirviente». Pero tumbado en la agradable cama, sintiendo el sedoso tejido en la piel, resulta tentador rendirse a la fantasía... Me incorporo bruscamente, la jarra de porcelana que descansa sobre la mesita de noche ya tiene agua; la utilizo para refrescarme la cara y recobrar la sensatez. Ya habrá tiempo para fantasías y romanticismos cuando llegue a Nueva York. Por el momento será mejor que me ciña a la dura realidad de las tareas que me aguardan.

TENEBROSA AQUA   ✧ JIKOOK ✧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora